La muerte inesperada de Palomo Linares nos ha dejado a todos consternados; nadie lo esperábamos puesto que fue el pasado viernes cuando le operaron y, todos creíamos, como sucediera hace diez años, que el diestro saldría triunfador de dicho envite.
En honor a la verdad, los que somos sus coetáneos tenemos que darle gracias a Dios por seguir contando las miserias y grandezas de la fiesta de los toros puesto que, aunque Palomo se nos ha adelantado hacia donde iremos todos, como mortales, no deja de consternarnos que un diestro que ha sido tan grande en la fiesta de los toros se haya marchado sin “decir adiós”.
De Palomo Linares, aunque se haya muerto, nadie puede cambiar el signo de lo que ha sido su historia; resultó ser amado y odiado, todo a la vez. La crítica nunca le comprendió mientras que los empresarios y aficionados le auparon al más alto pedestal. ¿Quién tenía la razón? Sin duda, Palomo, que supo abrirse camino, granjearse una leyenda e inmortalizarse, como sucederá a partir de ahora, sin ser lo que entendemos como un artista de la fiesta de los toros. Seamos sensatos, no todos pueden ser como Rafael de Paula, por muchos millones que los demás ganaran.
Palomo Linares como espectador el pasado año en Zaragoza
El diestro de Linares marcó muchos hitos en la historia de la fiesta de los toros, entre ellos, amén de tantísimos premios como recogió en su vida artística, su máximo galardón no fue otro que haber cortado aquel rabo al toro "Cigarrón" de Atanasio Fernández en Madrid, aquella histórica tarde del 22 de mayo de 1972. Lo que se dice correr tinta, Palomo, con su éxito, la hizo correr como nadie en el mundo lo haría; partidarios y detractores enfrentados entre sí, durante muchísimo tiempo dirimían en torno a dicho trofeo logrado por tan carismático diestro.
En una de las entrevistas que mantuve con Palomo Linares para la revista EL MUNDO DE LOS TOROS, justamente en Alicante, el diestro me confesaba su amargura al respecto de la crítica: “He cortado un rabo en Madrid y me lo discuten, no entiendo nada. Se trata de Madrid y, para muchos, parece que lo corté en una plaza de pueblo” Acuérdese de un axioma, maestro: “Hombre discutido, hombre triunfador” Y parece que le calmé los nervios.
Pero sí, al margen de sus innumerables éxitos por todo el globo terráqueo, nadie podemos olvidar la zapatiesta que mantuvo en TVE en el programa de José María Íñigo en que, por una absurdez, montó un número exagerado. Era parte de su carácter, al igual que su desprecio por la crítica, su mayor error en su vida profesional puesto que, al margen de la crítica, Palomo Linares tocó la gloria con sus manos en todas plazas del mundo. ¿A quién le importaba una crónica más o menos bella? Rico como estaba, era absurdo que eso le quitara el sueño; y se lo quitó.
Enumerar los grandes triunfos de Palomo sería imposible; ni Antonio Picamills, como dueño y señor de la estadística podría lograrlo. Pero si todos recordaremos con cariño la batalla que mantuvo contra los empresarios junto a Manuel Benítez El Cordobés, guerra que ganaron los diestros poniendo a cavilar a todos los empresarios de España, hasta el punto de tener que claudicar ante las exigencias de ambos diestros que, sin duda alguna, eran los que llenaban las plazas, por tanto, dueños y señores de todo aquello que generaban que, en realidad era muchísimo; ellos solo pretendieron, como más tarde lograron, que se repartiera el pastel que se generaba dentro de las plazas de toros.
Barrunto que, Palomo Linares, en su otra gran pasión, la pintura, seguro que logró más felicidad que en las plazas de toros porque, sin duda, en ese camino hermoso no encontró piedra alguna. Dueño de innumerables exposiciones cautivó al mundo de las bellas artes. hasta el punto de haber expuesto muchas veces en España y en el extranjero.
Sin duda alguna, si ha existido un torero discutido, ese ha sido Sebastián Palomo Linares. Claro que, mientras los demás le discutían, él, a base jugarse la vida como su cuerpo le delataba puesto que estaba cosido a cornadas, supo lograr una fortuna que, desde luego, en los albañiles nunca hubiera logrado.
Podríamos discutirle sus formas, sus maneras de entender la tauromaquia, pero nadie en el mundo estaba autorizado para negarle su valor, sus arrestos, su desprecio por la vida como antes les contaba. Le sobró valor, temperamento y enjundia en todos los órdenes, pero le faltó carisma para dejar a los demás y ocuparse de sí mismo.
Dios lo tenga en su gloria. Se ha muerto un grande de la fiesta de los toros.