Como quiera que soy un tipo afortunado, desde hace muchos años me une una linda amistad con el hijo del gran Pepe Luís, es decir, con Pepe Luís Vázquez Silva, razón por la que en todos estos años pude saber muchas cosas del Sócrates de San Bernardo, el barrio donde nació el irrepetible diestro. De cualquier manera, la lectura de dicho libro me ha producido un placer inmenso puesto que, he podido conocer inmensos secretos relacionados con la vida y obra de Pepe Luís, un personaje irrepetible y, sin duda, un hombre inolvidable.

Antonio Lorca y Carlos Crivell, los autores, con el libro

Estos hombres citados, como periodistas, han indagado en las entrañas de la historia de Pepe Luís Vázquez, incluso adentrándose en conversaciones que mantuvieron con el propio diestro, hablando con sus hijos, los que fueron sus amigos, muchos de sus coetáneos para, al final, dar como resultado un análisis exhaustivo de la propia fiesta; es decir, retratando a Pepe Luís Vázquez, sin pretenderlo, nos han mostrado la faz de la fiesta de los toros en aquellos años cuarenta y cincuenta, comprobando la enorme diferencia que tenemos desde la fiesta de aquellos años a la propia actualidad que nos asola.

Mucho ha cambiado todo; aquello era la grandeza más absoluta de la fiesta de los toros mientras que, en la actualidad, palpamos las miserias por doquier si exceptuamos a media docena de diestros actuales. Fijémonos que, Pepe Luís Vázquez, cuando tomó la alternativa ya era millonario; se hizo figura del toreo el mismo día de su doctorado y, los más sorprendente de todo es que el rubio de San Bernardo apenas estuvo una década como matador de toros; es decir, se retiró de la profesión con apenas treinta y un año, un chaval que, como digo, tenía resuelta su vida y la de los suyos; increíble, aunque totalmente cierto.

El maestro Pepe Luís Vázquez en una de sus últimas fotos en su casa

Tenemos datos sumamente reveladores en el texto escrito por Crivell y Lorca, pero todos con el denominador común de la grandeza de la fiesta en aquellos años, es decir, la que propiciaban los propios protagonistas de la fiesta taurina. Nadie podíamos pensar que, Pepe Luís Vázquez, entre otros muchos logros, era el diestro que más corridas de Miura había matado en la época puesto que, en la práctica totalidad de sus temporadas en activo, siempre se anunciaba con los toros de Zahariche en la feria de Sevilla, amén de otras fechas significativas; pero no era solo Miura, también Pablo Romero y demás divisas legendarias de la época. O sea que, además de figuras del toreo, los hombres de aquella época eran unos seres extraordinarios dotados de una ética apasionante, de un sentido de la responsabilidad digno de alabanza.

El monumento a Pepe Luís frente a la Maestranza de Sevilla

Conocer en profundidad, gracias a este libro, al maestro Pepe Luís Vázquez, es algo que no tiene precio. Uno siente evocación, admiración y respeto por aquel hombre que, grande entre los grandes, su mayor virtud era su humildad; hasta tuvo el valor de decirle a la ministra de Cultura del momento, cuando le llamó para comunicarle que le habían entregado la Medalla al Mérito en el trabajo por su labor como artista del toreo, el maestro, en primera instancia se negó aduciendo que él no era acreedor a tan bello galardón, diciéndole a la ministra que le dieran el premio a otra persona que, sin duda, más méritos que él tendría; y lo dijo Pepe Luís Vázquez. Al final, le convencieron entre su esposa doña Mercedes Silva y sus hijos y, el maestro aceptó el agasajo, pero no resultó nada sencillo. Vamos, igual que ahora que, a cualquiera le tocan la vanidad y muere de gusto. Por esa razón, el maestro Pepe Luís Vázquez era distinto al resto de los mortales.

Saber de sus triunfos, de sus espantás, de sus anécdotas tan curiosas como relevantes, por aquello de haber salido muchísimas veces a hombros de la plaza de toros de Sevilla como la de Madrid, lo que hoy es casi un milagro, para Pepe Luís era una norma. Por ejemplo, aquello de saber de la tarde en que entró en éxtasis en Valladolid y que al llegar a la barrera tras haber matado el toro, aquella plaza enloquecida vitoreándole y entregándole los máximos trofeos y que él, como confesara, no sabía ni donde se encontraba, son anécdotas maravillosas de un torero que, hasta en las tardes aciagas por culpa de los toros, en el último toro de la tarde hacía un quite y borraba todo el mal sabor de boca que antes había dejado, de ahí nació lo que los revisteros de la época bautizaron como el quite del perdón.

Una imagen de la época, Antonio Ordóñez, Heminguay y Pepe Luís

Claro  que, gracia y sentimiento lo tenía Pepe Luís para dar y tomar como dirían por Andalucía. Por ejemplo, el día que en Albacete se negaron dos de sus compañeros para torear la corrida por haber cambiado los toros, la empresa le ofreció al diestro que matara la corrida en solitario pagándole, eso sí, tres veces más de lo convenido y el maestro respondió: “Mire usted, si para matar dos toros tengo el valor justo, imagínese para matar seis, vamos, ni loco”

El maestro confesaba que la faltaba valor y, es cierto; pero lo sobraba gracia y sentimiento para arrebatar en cualquier plaza. Pepe Luís no compitió con nadie, ni siquiera con Manolete con el que toreó ciento veinte corridas de toros. Lo suyo no era la competencia, más bien la creatividad y, aunque admiraba a Manolete por su capacidad como lidiador y por aquello de ser capaz de triunfar casi todas las tardes, lo suyo era la gracia y el embrujo, armas con las que cautivaba sin tener que competir con nadie; vamos, que no lo hacía ni con el mismo puesto que, su mayor virtud o defecto, como confesó, era que veía a los toros en tres segundos y, si sabía que no tenían faena, no perdía el tiempo ni por supuesto aburría a nadie; si arreciaba la bronca, mañana será otro día, pensaba Pepe Luís, y tenía toda la razón del mundo.

Presentación del libro, PEPE LUÍS VÁZQUEZ, UN TORERO DE CULTO

Como explico, en PEPE LUÍS VÁZQUEZ, UN TORERO DE CULTO, hemos conocido en profundidad a uno de los toreros más grandes de la historia, todo un documento que todos debemos de tener y leer para, como a mí me sucediera, extasiarnos con lo que ha sido la vida y obra de un torero singular y un hombre irrepetible. Ahora, en este mundo tan convulsionado como el que vivimos, Dios, desde las alturas, a diario le dirá a Pepe Luís Vázquez, “vamos, hazles a todos el quite de perdón que mucha falta les hace”