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Lo acontecido en los alrededores de la Plaza Santa María de Bogotá, solo puede ser descrito como un acto de barbarie.
Por “defender” a los toros a los que, (están llevando irremediablemente a su extinción), se pone un artefacto explosivo que causa 40 heridos entre los policías que, cuidaban el orden en los alrededores de la plaza de Bogotá.
Un acto de salvajismo absoluto, un gesto que deja en evidencia quiénes son los violentos.
La vida en sociedad no es posible sin un mínimo de respeto y a quienes más hay que respetar, es a las minorías que, tenemos tanto derecho como cualquiera, a tener criterios distintos a los de las mayorías.
Este acto criminal deja un sabor amargo en la garganta y nos recuerda esa antigua sentencia que rezaba: “el hombre, lobo del hombre”.
El Box nos parece violento y cruel, dos hombres partiéndose el alma a golpes por dinero, no asistiríamos nunca a un espectáculo como ese en vivo pero, eso no nos da derecho de plantar bombas en las cercanías de donde se realice un encuentro de esta disciplina.
Si todo este movimiento en realidad estuviese enfocado hacia los animales, se darían el trabajo de investigar un poco sobre el toro de lidia, sobre sus características únicas, sobre su bravura y quizá, lograrían entender que el ganado bravo no es un bobino como otros, ¡es único!.
Esperar que gente que es capaz de un acto como el que nos atañe, tenga la sensibilidad para comprender un rito de siglos, el simbolismo de vida que encierran, la valentía del torero y la bravura del toro; equivaldría a pedir “peras al olmo”.
No creemos que sean capaces de comprender la belleza en ninguna de sus formas, por eso viven amargados, resentidos con quienes si somos capaces de vibrar con un capote extendido sobre la arena mientras una sombra bravía, lo cruza creando segundos que, se nos gravan en lo más profundo del alma.
Es imposible que entiendan el arte mágico que puede crear un hombre con un trapo rojo como única defensa contra quinientos y más kilos, coronados por dos pitones como navajas. Para ellos, debe ser incomprensible que el toro se entregue con ardor y coraje al dolor, porque ellos no son capaces de sentirlo, por eso; no les duele causar dolor a otros humanos.
Es de esperar una investigación profunda sobre este atentado contra la libertad, el respeto y la vida de otros seres humanos y que la Justicia actúe con todo el poder de las leyes para parar esta plaga de “asesinos en potencia” que se toman el nombre del Toro Bravo, para cumplir con ordenes recibidas desde ultra mar.
Deben ser juzgados y sentenciados, sentando así un precedente para otros “salvajes” que puedan aparecer por las plazas del mundo. |
