¿Qué hay detrás de un proyecto político cuya principal preocupación es la retirar de su ciudad la estatua de un hombre que vivió hace más de quinientos años? Probablemente odio. Además de una visión política obsesiva y de corto alcance. La misma visión de aquellos que pensaron que iban a ser más felices prohibiendo los toros. A fin de cuentas, lo que traen todas estas formaciones en la maleta no son sino lastres de sus propias vidas, cosas que en realidad no preocupan a la ciudadanía pero que sirven para hacer realidad sus sueños más húmedos. Algún historiador bocazas ha dicho que podría ser que Colón fuera catalán, hostia tú, de ser eso cierto nos han hecho la torta un pan. Adiós a la idea de sustituir la estatua del dedo por la de un indígena, mucho más democrático y plural, y recurrente cuando la imaginación política no da para mucho. Así, de paso, resarcimos nuestros pecados, que ya nos duele el corazón de tanta sinvergonzonada, que estamos más que llenos de propósito de la enmienda. De esta manera, una por una, pueden ir cumpliéndose todas esas acciones absurdas que quizás nos hagan pensar que estábamos equivocados y que hacer política no tenía que ver con legislar, controlar la economía, buscar la igualdad social sino con hacer gilipolleces de ese tipo, que sólo interesan a ellos. Como estatuas de Franco ya no quedan y los toros ya se los cargaron, ahora hay que revisar la ciudad, para asegurarnos que no quede rastro que recuerde lo que algunos pocos consideran injusticias.
Estamos llegando a un momento en que la política alcanza sus niveles de mayor confusión y en los que la mediocridad de los gobernantes y representantes populares hace que la ciudadanía se desayune cada día con majaderías del tipo de la estatua de Colón, o con una nueva idea -qué derroche de creatividad- para prohibir las corridas de toros, como sucede en San Sebastián. Aquí pasa que menos de nueve mil personas, en aun ciudad de casi doscientos mil, afirman que no les gustan los toros, solicitan mediante firmas que se cuestionen, y el equipo de gobierno no pierde dos minutos en decidir que va a convocar un referéndum para preguntar a la ciudadanía si quieren o no quieren toros. Pero como son unos falsarios no lo preguntan así, que sería lo más lógico, sino que le dan un par de vueltas a la pregunta en cuestión para que al final termine siendo confusa y quizás así más efectiva. El problema de las consultas en este país es también muy representativo de lo que es el país en sí, de la idea que tenemos de la democracia, de la poca cultura que tenemos para alcanzarla, y en definitiva de esa idea que prima el partidismo cuando lo que se debería buscar es la equidad. Y así, nos encontramos a políticos que plantean consultas populares que ya de nacimiento están trucados.
El caso es que en esta semana nos hemos con la noticia de que un juez ha declarado que el referéndum o consulta taurina en San Sabastián es a todas luces ilegal. Y eso nos dará algo de tiempo. Pero no pensemos que todo ha quedado solucionado, los caminos del señor alcalde son inescrutables y alguna promesa de peso ha debido hacer porque para la celebración de la consulta de marras haya plan A, plan B y sabrá Dios sino tendrán también un plan C ¿A qué tanto interés? ¿De verdad es tan necesario tomar una decisión sobre este tema? ¿Existe una preocupación ciudadana y una demanda social como para volcarse en lo taurino? No. Pasa lo mismo que con la Estatua de Colón, hay pobrecitos piececillas por ahí que entienden que eso es hacer política, que con eso pondrán una pica en Flandes -cuidado con Flandes, que ahí hubo tercios españoles, quizás haya que someter a consulta la existencia de esa ciudad- que posiblemente un día les pongan una estatua en un parque, para que los pájaros se caguen en ella, por haber impulsado tamaña medida social. Luego alguien dirá que a quién se le ha ocurrido ponerle una estatua a semejante facha, y tendrá razón, y harán otra consulta, y se manifestarán por las calles porque el individuo al que se ha homenajeado era un dictador camuflado, un déspota con cresta que se representó en una estatua a sí mismo donde antes estuvo la de Colón y en lugar de decir que el representado era él, dijo que era un indígena sufridor de las malas artes colombinas. Ah, y además era un nefasto político, corto de miras, corto de ideas.