Ha reaparecido Manolo Arruza y, los aficionados mexicanos se encuentran eufóricos; ha vuelto, sin lugar a dudas, un clásico de la torería de aquel país hermano. Con toda seguridad, Arruza, ha vuelto, no para ostentar record ni cifras de apabulle; más bien, todo lo contrario; si acaso, para impartir lecciones entre los jóvenes y su labor, es digna de agradecer. Me fascina, como es su caso, cuando los toreros vuelven por nostalgia; por aquello de que, como confiesan, algo dejaron en el camino y lo quieren ofrecer a su público. Manolo Arruza, como todo mortal, ha perdido su ardor juvenil, aquel que encandiló al público español en los años setenta; pero ahora, con toda seguridad, nos encontraremos con el Arruza pausado, reposado y, ante todo, torero. Quizás que, sus banderillas, con toda seguridad, no serán las de antaño porque, con los palos, Manolo, no tenía competencia. Ahora, como explico, a excepción de Eloy Cavazos, es el único superviviente de aquella generación de toreros importantes de México cuando su nombre, el de Curro Rivera, los hermanos Silveti, Manolo Martínez y otros muchos, le dieron gloria al toreo mexicano.
Manolo Arruza, en estos momentos, encabezará todos los carteles de México por aquello de su veteranía pero, al mismo tiempo, los jóvenes que con él hagan el paseíllo se encontrarán con el maestro que, durante muchos años tanto enardeciera a su afición que, dicho sea de paso, le siguió con tanta vehemencia. Ciertamente, en España se prodigó poco, es la verdad; pero las veces que lo hizo, su papel, resultó ser altamente admirable; si de novillero hizo fulgor, en sus primeros años de matador de toros, aún compitiendo con los más grandes, su figura, resultó ser un modelo de prestigio en los carteles y, ante todo, de respeto por parte de todos los que fueron sus compañeros.
Ahora, tras varios años de retiro, a Manolo Arruza, le ha podido la nostalgia y, esa es la razón de su vuelta. Al diestro jalisciense, con su vida ordenada en todos los sentidos, le ha vencido la soledad y, para remediarla, nada mejor que el contacto con su público y, lo que es mejor, el pasar miedo por la causa de su arte. En definitiva, es reconfortante la vuelta de los maestros; siempre cuando, como Arruza, lo hagan sin afanes y, ante todo, sin ninguna otra pretensión que no sea rendirle culto al arte. Así, de forma sosegada, - Arruza diría, de forma pausada- con la bella intención de concienciar a los más jóvenes, con Manolo Arruza, tiene, la torería mexicana, un motivo de júbilo porque, su muleta poderosa podrá seguir enseñando y departiendo innumerables lecciones.
Que nadie vaya a equivocarse con este hombre; ni con este ni con todos aquellos que hayan cumplido el medio siglo. Manolo Arruza, como se dice de forma vulgar, no irá a la guerra; y no lo hará por varias razones: primero porque no le hace falta y, acto seguido, porque sería una locura. Convengamos que, con toda seguridad, los años habrán minado en la medida de lo lógico, aquel cuerpo atlético que encandilaba a los públicos con las banderillas, como antes explicaba y, por el contrario, ahora, será su muleta la que acompase, con aires majestuosos, las lentas embestidas de sus enemigos. Ha vuelto Manolo Arruza y, en honor a la verdad, jamás debió de marcharse.