El pasado sábado cuando comprobé que Domingo Navarro hacía el paseíllo en Arlés junto a su maestro Luís Francisco Esplá me emocioné: no era para menos. Tras cuatro años de retiro dorado de su profesión, verle reaparecer por un día junto al que fuera su maestro desde siempre, el acto, como tal, me pareció emocionante. Un día y nada más, al unísono con Esplá.
Este artista llamado Domingo Navarro que durante su trayectoria como torero alcanzó glorias insospechadas; no crematísticas que poco valor podrían tener, pero sí de las que tienen calado en el corazón de las gentes puesto que, su aptitud, la elevaba a la máxima potencia convirtiéndola en actitud, razón por la que logró ser reconocido como el ángel de la guarda de innumerables toreros que, sumidos en el duro trance de la cogida, era el capote salvador de Domingo el que evitaba la tragedia.
Domingo Navarro, el pasado día 10 en Arlés
Navarro, en esta ocasión arlesiana supo ser el de siempre, el eterno, el guardián del peligro y, ante todo, el sumo hacedor del bien hacer con las banderillas que, al no poder desempañar su maestro dicha función, tuvo que ser él, en unión de sus compañeros los que clavaran los garapullos que, en sus manos y sentidos es todo un cúmulo del bien hacer. Torería, gusto, naturalidad, empaque en su cometido; valores todos que aunó siempre y los que no ha olvidado jamás.
Uno siente respeto, admiración hacia un hombre como Domingo Navarro que, fiel a sus principios, sin su maestro en los ruedos entendió que ahí había acabado su singladura taurina; sí, porque nadie le entendería como lo hizo el maestro Esplá que, como dije, hasta le hizo reaparecer por un día en Arlés. Cuestión de principios entre dos seres humanos, el maestro y el subalterno, pero unidos ambos por ese nexo de unión llamado amistad.
Dije que Domingo Navarro ejerció como artista en su profesión, pero me quedé corto; además de artista, Navarro era un perfecto humanista en los ruedos. Si humanismo es cuidar de sus semejantes, Navarro sintió por los demás todo aquello que su corazón le demandaba; estar al quite, nunca mejor dicho, era su cometido integral dentro de los ruedos; no importaba quién toreara; si era su maestro, perfecto, pero si eran los demás compañeros, el capote de Domingo Navarro seguía desprendiendo esa aura de humanismo tan importante que, como se sabe, este hombre ha evitado innumerables cornadas a todos sus compañeros puesto que, como ángel de la guarda que era, así desempañaba sus funciones.
El gran banderillero valenciano junto a su maestro en el coliseo de Arlés
Domingo y Madrid; Madrid y Domingo, era el binomio perfecto puesto que, en la Villa y Corte, Navarro hizo innumerables paseíllos; ni él mismo los recuerda, pero son más de cien desfiles por el ruedo venteño, los que le granjearon el respeto de la mejor afición del mundo. Saberse respetado en Madrid era un acicate para Domingo y, así lo ejercía; con una entrega desmedida. Como sabemos, un torero de plata vive siempre en la penumbra, en un segundo lugar en el que tantas veces queda eclipsado. Sin embargo, Domingo Navarro brillaba con luz propia en Madrid, la que iluminaba los corazones de los aficionados que, a diario, le colmaban de aplausos.
Hay un dato que es revelador que dice todo de Domingo Navarro. Éste no es otro que haber compartido muchos años junto a Luís Francisco Esplá. Y lo digo a sabiendas de lo que hablo. Esplá jamás le hubiera entregado su amistad a ningún individuo vacío de contenido, por eso eligió a Navarro que, además de buen hacer, como persona, era el ideal que el maestro Esplá soñaba tener a su lado. Navarro nunca fue el esclavo de Esplá como les sucede a tantos banderilleros que, además de jugarse la vida en los ruedos junto a sus maestros, además de todo eso, tienen que llevar los niños a la escuela. Él se sabía torero, algo que su maestro le respetaba y, lo que es mejor, hasta le admiraba.
Humanismo, empatía, sinceridad, cariño y afecto entre dos seres humanos, Esplá y Navarro, todo ello abocado al valor más bello del universo, la amistad, la que juntos practican. Esplá eligió en su día a Domingo, sencillamente para que su vida, a diario, fuera pura fiesta, es decir, un día de domingo.
Fotos de Pepa Císcar