Tras lo sucedido ayer en Madrid, no es que sean ecos los que me quedan, son retumbos en el corazón de todas las gentes, presentes y ausentes, pero que todos pudimos gozar de una faena inolvidable en las manos y sentidos de David Mora.
Madrid, la plaza más noble y justa del mundo, al acabar el paseíllo le tributó a Mora una ovación de gala, la que venía a demostrar que Madrid tiene memoria ante un hombre que, hace dos años casi que se dejó la vida en dicho ruedo. Un torero que ha luchado como nadie para seguir en el ejercicio de su profesión, algo que, de entrada, Madrid le aclamó y agradeció.
Le arrolló el toro, pero hoy sí estaba presente el Ángel de la Guarda
Era en su primer toro que, si ya con el capote se jugó la vida, al inicio de su primer muletazo en un pase cambiado, el toro le prendió de lleno, lo lanzó al aire y en la caída, por Dios, ahí vimos todos la imagen de Rodolfo Rodríguez El Pana que, ante una voltereta similar ha quedado tetrapléjico para el resto de sus días. Como se sabe, El Pana no tuvo fortuna para su desdicha, sin embargo, Dios estuvo con David Mora porque la caída fue dramática, incluso se pararon los corazones de todos los espectadores.
Repito que, a Dios gracias, David Mora salió ileso y, desde aquel instante empezó una sinfonía de torería con la que arrebató a la plaza de Madrid; faena justa, medida, bella, rotunda, épica y, tras una estocada monumental, dos orejas de ley que le dejan acreditado como el gran triunfador de la feria. Madrid se alegró con Mora, como nos alegramos todos ante la magnitud de un torero cabal y un tipo singular y extraordinario.
Pensar que Alcurrucén ha lidiado doce toros en Madrid y que solo uno haya valido para el toreo, eso dice muy poco para dicha ganadería. Claro que, con semejante toro, Malagueño, seguro que los hermanos Lozano se sienten satisfechos. Cierto y verdad que, toros como el citado no salen todos los días.
Una pena que Diego Urdiales solo pudiera dibujar cuatro derechazos de escándalo en que, por momentos, rugió Madrid; pero el toro, cabrón y con malas ideas, levantaba la cabeza al final de cada muletazo para que se angustiara el diestro de Arnedo, privándole, eso sí, de la culminación de sus bellos pases. Una gran desdicha ha sido que los toros no hayan permitido, en ninguna de las dos tardes del riojano, concretar su torería con una faena de lujo.
Roca Rey es de los toreros que no se le puede achacar nada; a todos los enemigos les intenta hacer lo mismo, tanto si valen como si no; su voluntad es el sinónimo de su decisión. Ya cortó dos generosas orejas el día de su confirmación y, cuando menos para la estadística, su balance sigue siendo favorable.
Claro que, con permiso del peruano en el día de ayer, EL REY no fue otro que David Mora. Regresaba a Madrid con vitola de hombre abnegado que había combatido contra la adversidad y salió en volandas con aureola de torero grande. Había impuesto su ley, la de su torería inmensa, pero de igual modo alzaba su mirada al cielo, no era para menos, Dios, en los primeros instantes de la faena le había bendecido.