Andaba yo deseando ver las crónicas de los compañeros sobre lo sucedido el jueves en Madrid para saber exactamente por dónde iban los tiros de los pitos que surgieron en el último toro de la tarde. Y digo esto porque viendo la corrida en televisión, uno notaba cierto desconcierto. Esto es, quedaba claro que los pitos iban para Capea pero los locutores no parecían entenderlo así, daban a entender que los pitos iban hacia las dificultades que tenía el del Ventorrillo. Constantemente se destacó la labor del torero, constantemente se hizo mención al oficio que tiene, a la capacidad lidiadora de este diestro. Había, no obstante, algo que no cuadraba: el supuesto oficio del torero no era suficiente para que el toro, complicadote, no estuviera apunto de subírsele a la hombrera.
En efecto, otra vez El capea en Madrid. Ya lo dijo el empresario en su día: ‘Le pongo porque es mi amigo’. Y así llevamos ya la mar de años, viendo desfilar a un torero que no cubre el expediente, que carece del oficio que los locutores, compañeros de cartel de su padre, le otorgan.
¿Se equivocaban estos locutores? ¿Pensaron que los pitos iban hacia el toro cuando en realidad iban hacia El capea? Eso sería como decir que se equivocaba el público de Madrid, a quien por cierto también se criticó por quejarse. Y claro, como uno está ya mosca con eso de que ha cambiado el respetable de la plaza más importante del mundo, pues duda de todo. El tema es que el público del jueves en Madrid era aficionado, los que se cogen el chubasquero y se plantan allí una tarde desapacible para ver una corrida en la que torea un torero que no llega nunca más allá de Madrid, como Capea, otro poco placeado como Caballero y por fin uno que tiene que dar el do de pecho tarde tras tarde, como Morenito. Pitaban al Capea, no pitaban al toro. Pitaban la poca disposición para hacerse con un toro complicado, pitaban la injusticia de que este torero esté año tras año en los carteles sin merecerlo mientras otro, y no cito a ninguno pero a ustedes ya les vienen nombre a la cabeza, están ahí esperando que les den una sustitución.
Las cosas se pusieron más desagradables cuando Emilio Muñoz no tuvo otra ocurrencia que dar gracias a Dios porque ese toro le había tocado a Capea, gran oficio, y no a Caballero, a quien correspondía, que estaba en la enfermería siendo operado. De haber seguidos las cosas el curso normal y tocado ese toro a quien correspondía, se hubiera mascado la tragedia. Y el gran oficio de Capea por aquí, y el gran oficio de Capea por allí, y mientras tanto sabanazos, mantazos, trapazos, muchas precauciones ymedia atravesada. Otro de los locutores, en este caso Casas, indicando primero que se pitaba a Capea porque no se entendía que toreara ese toro en lugar de Caballero. La gente no sabía, según Casas, que cuando un torero está herido mata su toro el compañero. Luego se decantaron todos por defender al torero haciendo como si los pitos no fueran con él sino con el toro y otra vez culpar al público porque un toro que es malo para la lidia no debe pitarse. Pero eso se sabe en Madrid, o todavía se sabe en Madrid.
Y eso es lo que tuvo de interés la corrida, la buena faena de Morenito aparte, el ver la solidaridad que la profesión muestra para con los suyos, el observar como en última estancia, las culpas son del toro y ya después del público. Corporativismo.
