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Fernando Marcet  
  Perú [ 21/01/2005 ]  
EL JUEZ DE PLAZA

En Perú, como sucede en otros países taurinos, al juez de plaza se le llama presidente, lo que en verdad es una incomodidad para el público que desea expresar su disconformidad con sus decisiones porque es más fácil gritar "otro juez, otro juez,…” que "otro presidente, otro presidente,…”. Fonéticamente esto último es un desastre y carece del ritmo que tiene el melodioso “otro juez, otro juez,…”  El limeño ha optado solución salomónica: lo llama presidente en sus tertulias y escritos y juez al momento de enrostrarle sus desaciertos. De cómo éstos desaciertos perjudican la fiesta, es el tema de la presente nota.

El presidente de plaza, como el árbitro de fútbol, es mejor cuando menos se deja notar. La diferencia entre uno y otro es que mientras éste estudia y prepara para desempeñar una labor profesional, aquel es un improvisado nombrado por la autoridad municipal, que no siempre tiene las condiciones requeridas para desempeñar un cargo que, contrariamente a lo que muchos se imaginan, no se limita a sentarse en el palco, recibir los saludos de los toreros y repartir trofeos. Es mucho más que eso y contempla una serie de aspectos importantísimos que debe resolver antes y después de cada corrida.

Manuel Rodríguez, homónimo y paisano del emblemático torero muerto en Linares, viene desempeñándose como presidente de la plaza de Córdoba, España, por más de 25 años. Nos visitó en Lima en agosto del 2003 y tuvimos la oportunidad de escucharlo en una sabrosa charla que brindó en el local del Centro Taurino de Lima luego de la cual nos quedó muy claro que el trabajo de un presidente de plaza es permanente y su jornada empieza desde el momento en que se cepilla los dientes cada mañana hasta que se enfunda el pijama para irse a dormir. Eso en donde las ferias se realizan con corridas todos los días, diferente a lo que sucede en Lima en donde la Feria del Señor de los Milagros es en realidad temporada y las corridas se dan cada domingo, el trabajo del presidente en este caso es más descansado pero no por ello menos importante. Dijo que no es suficiente conocer el reglamento al derecho y al revés y que su aplicación a raja tabla puede conducir a error. Es requisito indispensable ser verdadero aficionado, con larga experiencia viendo toros y con ideas muy claras respecto a los asuntos importantes a los que se le debe poner principal atención al momento de tomar decisiones. Debe poseer indoblegable carácter para actuar de acuerdo a su propio criterio sin dejarse influenciar por los asesores de turno que, muchas veces, sin dar la cara, trabajan para los mercantilistas de la fiesta. En relación al tema dijo: Mantengo cierta distancia con mis asesores. Algunos me reclaman porque no les consulto antes de cada decisión pero yo les respondo que solo lo haré cuando necesite una segunda opinión. Cuando estoy seguro de lo que estoy haciendo no necesito consejo de nadie. Total, el responsable del espectáculo soy yo y a quien van dirigidos los insultos del público cuando me equivoco es a mi madre. Así que, aparte de la opinión del veterinario que respeto en tanto el tema sea relacionado con su profesión, todo el resto lo decido yo, empezando por el trapío de los toros que no es cosa de veterinario sino de aficionado.  Explicó cómo el pesaje y reconocimiento público de las reses, previo a la corrida, es fundamental. El toro es el protagonista de la fiesta y debe tener presencia, trapío, peso y pitones intactos. En su opinión es un error calificar y aprobar toro por toro. Lo que él suele hacer es ver el encierro completo antes de emitir su fallo. El encierro debe estar en  tipo de la ganadería y ser un conjunto armonioso; si tres o más toros no califican y no existen reemplazos de la misma ganadería para sustituirlos, el encierro debe ser rechazado en su totalidad. Por otra parte nos contó que una vez se encontró ante un bello ejemplar, digno de un monumento, al que le faltaban 15 kilos para el peso reglamentario. Lo aprobé y le di pase porque me parecía un desatino tirar p’tras esa preciosidad. Hice notar a los periodistas presentes que asumía la responsabilidad de ello y podían criticarme es sus medios, si así lo estimaban conveniente. Nadie lo hizo. Al finalizar la charla, dentro de las muchas preguntas que los asistentes le hicieron, hubo una en la que le pedía dijera qué peso figuró en la tablilla para aquel toro al que faltaba 15 kilos. ¿Cuál va a ser? El peso real, por supuesto. Respondió.

En los últimos cinco años, los presidentes de plaza de Acho han aprobado toros sin edad ni pitones, se han dado vuelta al ruedo a toros que en verdad eran novillos y que luego ganaron el escapulario y se han indultado toros que no merecían tal honor. Se han prodigado orejas con demasiado entusiasmo que han hecho parecer apoteósicas corridas medianamente buenas.

En sus dos primeros años, la actual empresa consideró que una forma de levantar la feria era forzando el indulto a un toro, en alguna de las corrida. El resultado fue desastroso.

En la corrida del 5 de noviembre del 2000 un noble y bobalicón toro había desbordado al matador Dávila Miura y un sector del público, para fastidiarlo, sacó el pañuelo blanco pidiendo en chunga el indulto. El gerente de la empresa, ni corto ni perezoso, sacó su pañuelo y con el ganadero cogido del brazo salió a la boca del burladero para formalizar el pedido que el presidente, solícito, aprobó. Rugió la plaza y el escándalo fue mayúsculo. Entre los gritos de protesta salieron los cabestros cuando el torero seguía toreando y se llevaron al toro sin que el matador pudiera simular la suerte suprema. No hubo orejas simbólicas, ni vuelta al ruedo ni tan siquiera palmas para el torero. Por el contrario, refugiado en el burladero Dávila Miura tuvo que aguantar la ensordecedora rechifla del respetable que es poco probable lo quiera ver nuevamente en Acho.

El 25 de noviembre del 2001 con un toro reservón que se negaba embestir, esperaba en banderillas y se colaba en la muleta, el nacional Rafael Gastañeta realizó una de las mejores faenas de su vida. Se dobló con él y lo llevó a los medios. Allí, citándolo a la distancia precisa, con mando y temple le enseñó a embestir y sacó a relucir calidades del astado, insospechadas hasta ese momento. La faena fue de antología y la marinera fue el marco musical que acompañó los olés y palmas del público que, con júbilo, celebraba el buen quehacer del compatriota. Intonsos que no faltan en la plaza, mostraron pañuelos blancos pidiendo el indulto a un toro que no lo merecía y, nuevamente, el gerente de la empresa pañuelo en mano formalizó el pedido. La reacción del público fue unánime en contra de tal despropósito y se armó el alboroto en la plaza. No obstante lo cual, el presidente se apresuró a sacar el pañuelo para otorgar el indulto pero, en el apuro, se equivocó de color y, en lugar de sacar el anaranjado como correspondía, sacó el verde que se usa para devolver al corral al toro defectuoso. Mientras en el ruedo el torero desconcertado no sabía qué hacer, en los tendidos unos pedían que mate al toro y otros no se sabe qué. La bronca fue descomunal. El torero miraba al palco esperando una señal del presidente quien, finalmente, escondió el pañuelo verde y no volvió a sacar otro. ¿Qué hacer? ¿Se indultaba o no al toro? ¿Había que matarlo? Con el tiempo en contra y el nerviosismo propio del momento, Gastañeta se apresuró al entrar a matar con los resultados que el lector puede imaginar. Le tocaron un aviso y se le fue de las manos un triunfo importante que, sin duda alguna, le habría hecho merecedor del escapulario de oro de ese año, el mismo que, en controvertido fallo y en segunda votación luego que en la primera fuera declarado desierto, fue otorgado al mejicano Ignacio Garibay, de cuya labor en Acho nadie se acuerda.

En el 2003 el presidente de la plaza tuvo un desempeño decoroso y hasta plausible cuando afrontó con aplomo situaciones que, en otras manos podrían haber degenerado en escándalo. La primera fue en el tercer festejo del abono, cuando un novillo se rompió una mano y lo mandó cambiar. No faltó quien dijera que, de acuerdo al reglamento, el burel que se malogra en el ruedo no debe ser cambiado pero eso no es totalmente cierto. El reglamento dice que “la empresa no tendrá obligación de presentar más toros que los anunciados… por haberse inutilizado alguno durante la lidia” Dentro de los anunciados están los de reemplazo y el presidente, sin faltar al reglamento, resolvió con prontitud y acierto el problema y el espectáculo se dio con normalidad. Otra fue en la segunda corrida de abono en la que un grupo de desinformados –o contratados a tal fin- pidieron el indulto del toro que venia lidiando El Fandi. Esta vez el gerente de la empresa, con la amarga experiencia de los dos años anteriores, no se atrevió a salir con su pañuelo y el presidente ignoró tan absurdo y minoritario pedido. El Fandi culminó exitosamente su faena, le cortó las dos orejas al toro y salió a hombros.

En el 2003 y 2004 hemos tenido un presidente de plaza que, siendo buena persona, gentil y caballeroso, criollo y compositor de valses, es excesivamente generoso al momento de entregar trofeos. Cándido Orejuelas le llaman y con él hemos tenido apoteósicas tardes de seis orejas sin que el aficionado que estuvo allí sepa explicarse el cómo ni por qué. Creo, sin embargo, es un tipo honesto que, si aparta de sí aquel asesor demasiado cercano a la empresa que tan mal le aconseja, su desempeño en el presente año puede ser definitivamente mejor. Indicios ha dado de buena voluntad cuando se ha preocupado, a insistencia del periodismo independiente, de realizar los análisis post mortem de las astas de los toros. Gracias a ese intento nos enteramos que tal análisis no se puede hacer y que, en verdad, jamás se hizo porque no existe un protocolo que sirva de parámetro para descubrir el fraude. Si va a ser presidente el presente año debería andar preocupándose de tener ese protocolo antes que se inicie la feria. Así mismo, habrá de hacer acopio de valor para enfrentarse a los intereses mercantilistas de la empresa y exigir toros con edad y pitones. Finalmente y por sobre todas las cosas, debe guardar bien dentro de su bolsillo ese pañuelo blanco y tratar de dominar su incontrolable deseo de regalar orejas. Creo que si logra estos tres propósitos podría ayudar a recuperar algo la respetabilidad de Acho que hemos perdido. Para ello, siempre contará con el apoyo de la afición limeña que, golpeada constantemente por la picaresca enraizada en la fiesta, se resiste a tirar la toalla y no se da por vencida. 

 
   
 
   
José Antonio Esparza 21/01/2005  
 
Estupendo el artículo. Qué lección la del juez cordobés!!!..Pero me pregunto : ¿Es imposible pensar que en Acho se cuente con una Autoridad seria, que no se casa con nadie, excepto con la verdad? Yo sí lo creo posible, y esperemos que este año se vea hecha realidad.
 
   
alejandro tellez lopez 21/01/2005  
 
interesante tu escrito, lo lei con gusto. jueces y presidentes,bueno seria, que tubieran todas las cualidades, para bien. pero como los dedos de la mano, todos son distintos.unos a favor de la empresa, otros del gandero, otros de los toreros, otros que ni saben donde tienen la cabeza,pocos honrados y conocedores. de todo como en botica. saludos.
 
 
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