Tras los acontecimientos en los que ha discurrido la vida de Rodolfo Rodríguez El Pana en apenas siete días, me atrevo a confesar lo que dije en su día, que fui capaz de comprender la acción de David Silveti el día que se quitó la vida. ¿Enloquecí? Pensarán muchos. Quizás sí.
La vida es para vivirla, nunca para sufrirla. ¿Qué sentido tiene vegetar por el mundo? El caso de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego que pleiteó con todo el mundo para que, al final, tras más de treinta años postrado en una cama, por fin, como si de una bendición se tratare, logró que se aplicara la eutanasia como mal menor.
El Pana junto a Pepe Ibáñez y Domingo Navarro en casa de Esplá
Por supuesto que comprendí a Silveti, quizás mejor que nadie, ante todo porque su máxima en la vida no era otra que el axioma que él sentía en sus carnes afirmando aquello de, “vivir es una circunstancia, pero torear es una necesidad de mi alma” Por dicha razón, el día que el irrepetible Silveti comprendió que jamás podría volver a torear, en su rancho de Guanajuato sonó un disparo seco, el que acabó con su vida por decisión propia.
Tras la cogida del pasado domingo en Ciudad Lerdo, Rodolfo Rodríguez y El Pana se divorciaron para siempre; ya no estarán juntos ni con sus propios recuerdos. Definitivamente, ha muerto El Pana, pero ha dejado huérfano para siempre a Rodolfo Rodríguez y, lo que es peor, sin poder valerse por sí mismo. Tetrapléjico como ha quedado, para su desdicha, no tiene ni la opción de poder quitarse la vida; esa vida que se le ha arrancado de sus propias entrañas puesto que, ya sería bastante desdicha que hubiera muerto su personaje más afín, El Pana, pero que Rodolfo pudiera desenvolverse ante la vida. Nada de ello es posible. ¿Cabe desdicha mayor?
Pongámonos por un momento en el cuerpo de Rodolfo Rodríguez; analicemos la situación, miremos sus ojos en que, sus párpados, apenas puede mover, sus brazos han quedado inertes, sus piernas ni siquiera las siente y, lo peor de todo es que su corazón sigue vivo. Rodolfo, desde su interior, aunque no pueda pronunciarse, será consciente de que ha muerto El Pana para siempre pero, ¿qué será de mí? Pensará para sus adentros.
Así vio Cristina Gálvez al maestro Rodolfo Rodríguez El Pana
Es verdad que el corazón de Rodolfo Rodríguez sigue latiendo, pero debe ser horrible que este hombre viva junto al cadáver de El Pana, el ser que le dio sentido a su vida, el que le inmortalizó, el que Rodolfo creara para el gozo de los aficionados a los toros que, a partir de ahora todos viviremos con su leyenda, hasta el mismo Rodolfo que, inerte en su cama del hospital llorará la amargura de su derrota.
Como explico, Silveti, comparado con El Pana fue un afortunado; y lo fue hasta por haber tenido la dicha de decidir sobre su futuro que, metido en el negro túnel de la soledad y la inmovilidad decidió abandonar este mundo para que, tras su partida, fuera su leyenda la que alimentara el corazón de los aficionados a los toros, tanto en México como en cualquier parte del mundo. Su pistola, en aquel momento, fue su “salvación” pero, ¿quién salva ahora a Rodolfo Rodríguez? Muerto El Pana, Rodolfo ha quedado a merced del destino el que se adivina incierto y cruel. ¿A eso le llamamos vida?