De todo el galimatías que es y conforma el mundo del apoderamiento, con toda seguridad, Eduardo Gallo, con su nuevo apoderado, se sentirá como pez en el agua; a priori, no es para menos. Eso de que el chaval se sienta arropado por Pablo Chopera es un lujo que, con toda seguridad, sueñan todos los toreros. El chico de Salamanca, en honor a la verdad, tiene muchos números para llegar a lo más alto del escalafón y, si la suerte le acompaña, con toda seguridad que nos brindará tardes inolvidables; tiene aroma y buen gusto este Eduardo Gallo al que, la suerte, debería de sonreírle puesto que, los primeros argumentos válidos, es decir, su personalidad, su valor, su buen gusto y sus excelentes maneras, son patrimonio de su persona, por tanto, ha comprado todas las papeletas para que la suerte le acompañe.
Pero como todo en la vida tiene su parte negativa, al respecto de este apoderamiento, mucho me temo que, al final de la temporada, posiblemente, Eduardo Gallo se encuentre con la desagradable sorpresa de la liquidación crematística y, a partir de ese momento, pase a engrosar las listas de los damnificados por los apoderados poderosos que, tras acabar la temporada, al torero se le ha quedado cara de pentagrama al ver la miseria que ha cobrado, tras un año de jugarse la vida por esas plazas de Dios. Rezo por equivocarme porque, Eduardo Gallo, como torero, merece todos los respetos y, sus condiciones y maneras artísticas, ellas solas, le deberían valer para ganar un dinero lógico que, con toda seguridad, será producto de su valor y de su arte.
Cierto y verdad que, el dinero, respecto a los toreros, en muy pocas ocasiones va al unísono con el reclamo de su nombre y de su arte. Pude saber, como lo sabía todo el mundo que, Antoñete, en su última reaparición en los años ochenta, siendo apoderado por Manolo Chopera, llenando la plaza de las Ventas en innumerables ocasiones, cuando el apoderado le liquidaba las actuaciones en Madrid, al igual que en los demás sitios, Antonio Chenel moría de tristeza; y su pena era mayor cuando descubría que, por ejemplo, su coetáneo Curro Romero, en tres tardes en Sevilla, ganaba más que él en toda la temporada. Eran, - y lo siguen siendo- las miserias de una fiesta grande que, para el gran protagonista de la misma, el torero, casi siempre llega el billete muy chico.
He citado el ejemplo de Antoñete y, a lo largo de estos últimos años, se han sucedido casos similares; hacer fortuna como torero, al margen de ser figura, tiene que darse cita el milagro de la administración de dicho torero, ya que, de lo contrario, ni los triunfos importan para nada. Por esta razón, Eduardo Gallo, debería de hacer valer sus triunfos y, posiblemente, con Chopera se encuentre muy arropado, nadie se lo discutirá pero, ahí he citado el ejemplo de don Antonio Chenel Albadalejo que, habiendo enloquecido en repetidas ocasiones a la afición de Madrid, a duras penas pudo comprarse una casa para vivir y, tardes de no hay billetes, el maestro, en las Ventas, lo conseguía cada tarde. Siendo así, ¿dónde estaba el dinero? Por supuesto, en los bolsillos de Manolo Chopera que, al parecer, a Chenel, le pagaba con grandes dosis de cariño y pequeñas cantidades de dinero.
En los toros, de forma concreta en las grandes empresas, ocurre lo mismo que en la vida comercial de cada día. La macro empresa, por su infraestructura, tiene derecho a ganar todo el dinero del mundo, léase, grandes almacenes; mientras, los proveedores, tienen que sucumbir al dictado y precios de los grandes centros comerciales que, pagan lo que quieren y como les viene en gana. Las empresas taurinas que copan gran número de plazas de toros, desgraciadamente para los toreros, ocurre lo mismo que antes he expuesto. Los toreros, claro, son los proveedores y, como hay muchos para ofrecerse a los pocos clientes que existen, es decir, las organizaciones taurinas, todos – salvo la excepción- tienen que pasar por el dictado empresarial. De lo contrario, no ser torero. Triste, pero muy cierto.