Ayer se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo en Sevilla, “bocato di cardinale” para los toreros pero, para desdicha del ganadero, en el día anterior se había visto una auténtica corrida de toros, razón por la que como pudimos comprobar, pese al triunfalismo reinante, no coló el hecho de que dos de los animalitos lidiados permitieran a Manzanares ponerse bonito, es decir, lucir su estética; y todo quedó en eso, estética, porque entre la muleta y el toro cabía un autobús en la ejecución de sus muletazos; se trata, como sabemos, del torero más ventajista del momento, pero tiene la virtud de suplirlo todo con apariencia de algo bello, que quizás lo sea, pero sin apretura alguna.

Así de bello y ventajista es el toreo de Manzanares

Era una corrida más, de las que lidian las figuras, pero que pese a la nobleza de los toros de Manzanares, el resto del encierro no fue otra cosa que el calco de las tardes anteriores; toros de apariencia bonita, hasta bien armados, con demasiados kilos, pero sin fondo alguno. No había trasmisión, por tanto, no existió la emoción pese a la voltereta que se llevó José Garrido a la hora de matar.

Recordemos que, este tipo de toros, o salen santos por aquello de su nobleza o no sirven para nada como así se demostró. ¿Habrá algo más aburrido que la lidia de un toro amorfo y sin alma? Justamente, lo que ha ocurrido en Sevilla todos los días de la feria con la excepción de la corrida de Victorino Martín.

Aquí hay una verdad incuestionable; si pretendemos ver toros no busquemos entre las figuras porque como sabemos son las dos caras de la moneda; por un lado saldrá el toro de verdad para los toreros machos y honrados; por otro, el toro amorfo y tontorrón que, sin emoción alguna y menos trasmisión, de ahí el bocato di cardinale que yo hablaba para las figuras. Yo me quedo con el toro y, sin duda, por los lidiadores honrados que, para mayor dicha, hasta torean como los ángeles, ahí está el ejemplo de Paco Ureña y Manolo Escribano; torearon de forma maravillosa y, para dicha de todos, se enfrentaron al toro de verdad.

Castella pasó sin pena ni gloria con dichos animalitos; Manzanares se puso bonito para que sus adeptos le dieron una oreja en cada toro; orejas de puro regalo o si acaso como consecuencia de sus contundentes estocadas, pero nada quedará para el recuerdo. Como digo, en Sevilla hemos visto las dos caras de la moneda; digamos que, la fiesta de las figuras y la grandeza de un toro bravo, por supuesto, sin la presencia de las figuras.