Un confidente muy particular me ha llamado para contarme las miserias y las ilusiones de todos los que, hasta la fecha, han llamado a las puertas de la plaza de toros de Madrid. La lista es inmensamente larga y, Manuel Cano, como gerente, ya tiene tarea. Ciertamente, José Antonio Martínez Uranga, como primer responsable de la empresa de Madrid, sabía lo que hacía al mantener en su puesto al inefable Manolo Cano, hombre curtido en mil batallas y que, a pesar de todo, los años, no le han restado capacidad de trabajo y, como explico, su labor sigue siendo durísima. Convengamos que, por un lado, tiene que atender a las decenas de muchachos que llaman a la puerta de la empresa porque quieren torear en Madrid; más tarde, tiene que atender los ruegos de su jefe ante la imposición de poner o quitar a tal o cual muchacho; un galimatías tremendo que, solo es posible resolverlo con el talante de este hombre que, aún a costa de granjearse enemigos, intentará ser justo en la medida de sus posibilidades.
No me gustaría, para nada, estar en la piel de Manolo Cano. Casi a diario, tendrá que ejercer de verdugo sin pretenderlo; cada mañana, sin proponérselo, atenderá a toreros ilusionados, algunos muy válidos y, como no puede ser de otro modo, dentro de su despacho, se le colará el gracioso de turno que, sin haber medido sus verdaderas posibilidades, quiere torear en Madrid y, las Ventas, como primera plaza del mundo, pide y exige mucho respeto; como a su vez, más tarde, ofrece la gloría a sus actuantes.
Todo el mundo quiere torear en Madrid; pero a su vez, la afición, exige los toreros de su gusto y preferencia y, todo eso es lo que hay que compaginar. Me temo que, en Madrid, ante todo, hay que ser muy buen aficionado antes que gestor empresarial que, por supuesto, las dotes, como tales, la empresa las tiene bien demostradas. Y digo buen aficionado porque, en muchas ocasiones, un torero que, por ejemplo, en Vitoria, no diría nada, en Madrid, es respetado y venerado. Si vale, como ejemplo, ahí está el caso de Carlos Escolar Frascuelo que, a pesar de sus muchos años de alternativa, en las Ventas, siempre se le recibe con cariño y admiración. Y como Frascuelo existen otros que, la empresa sabe y conoce. Como digo, es cuestión de concienciación y ejercer como aficionados. Lógicamente, Martínez Uranga, como es de suponer, querrá el hombre acertar en sus decisiones pero, por encima de todo, tiene que contar con su clientela que, semanalmente, en la feria y en días festivos, acudirá a la plaza al reclamo de los carteles más interesantes. Madrid, como se sabe, no es sólo una feria; es una temporada muy larga en que, entre unos y otros, se pueden hacer carteles muy hermosos. Me temo que, en las Ventas, nadie ha reclamado aquello que los taurinos promulgan y bautizan como carteles redondos. Pero no me cabe duda de que, carteles que huelan a torero serán siempre bendecidos por la sabia afición madrileña.
Obviamente, para la nueva empresa, como en todas, vendrán las presiones, los ruegos de los amigos para imponer a tal o cual torero y, si no son capaces de ejercer como aficionados, el fracaso, está más que asegurado. Todo el mundo tiene derecho a una oportunidad, el caso más reciente lo tenemos en el pasado año en que, un torero desconocido como era Curro Díaz, hizo una de las faenas más bellas de la feria; pero oportunidades fundamentadas en la torería de aquel que las reclame. Convengamos que, eso de completar los carteles con toreros de “nombre”, ello debe haber pasado a mejor vida. Poner, por ejemplo a Jesulín de Ubrique, es una barbaridad cuando, ese puesto, lo puede ostentar un torero del gusto de Madrid; traer a Rivera Ordóñez porque es muy conocido en la tele basura, es otro error que roza la infamia; y, ejemplos como los demostrados, podría citar muchísimos. Es ahí precisamente ahí, donde la empresa tiene que hilar muy fino. Esos toreros que termino de mencionar, los ponen en Benalmádena o Marbella y, hasta pueden llevar a dos mil distraídos; pero Madrid es otra cosa; en las Ventas no comulgan, a Dios gracias, con las estupideces que se llevan a cabo en provincias.
Y, por favor, contemos con el toro. Que las oportunidades sean tales; el toro ilidiable que se quede en el campo o, en su defecto, que vaya directo al matadero. De nada servirá, como tantas veces hemos visto, la ilusión de muchos toreros predilectos de Madrid y, a la hora de la verdad, han tenido que sortear las tarascadas de unos bueyes de carreta que, a lo sumo, les podrían dar una cornada, pero ningún éxito. El elemento toro, como se sabe, es fundamental para que, al final, la obra bella, sea creada y llevada a cabo.
Como sabemos, no todo está perdido; Madrid sigue siendo, para el bien del toreo, la única plaza del mundo donde se pueden confeccionar carteles que, en otro lugar, sonarían a chiste; y esa es, precisamente, la grandeza de esta plaza y esta afición que, jamás ha reclamado nombres, pero si ha gozado con los toreros. Voy a dar un cartel que, en Fuengirola, no congregaría a mil personas y, en Madrid, puede reventar la plaza. Anotemos los nombres. Antonio Barrera, Luguillano y Curro Díaz. Vaya terna, ¿verdad? Así de sencilla es esta afición, como así de sabia y justiciera. Y, de semejante manera, podría dar innumerables carteles que, con toda seguridad, congregarían un ingente número de aficionados y, si cabe, de triunfar y repetirlos, el éxito sería de clamor.