Ausencia es sinónimo de dolor, al menos en una acepción muy importante. Pues eso es lo que pasa, que hay dolor por la ausencia. En menos de una semana he sufrido dos. Las dos por él, por el actor, por el hombre.
La primera ausencia la padecí el martes pasado. Ese día, 11, acudí con mi esposa a la función que representaba en el teatro Reina Victoria de Madrid. La obra, por la que mostraba interés en presenciar, “Tres hombres y un destino” había sido estrenada el pasado mes de Noviembre y en su reparto figuraban tres actores de primera, tres actores, sin más. Manuel Alexandre, José Luis López-Vázquez y Agustín González, citados por orden de edad.
El poder ver en escena a estos tres hombres del teatro y del cine español, ya era un lujo con independencia de la obra a representar. No reparé en ningún cartel de aviso a la entrada del teatro y cual fue mi sorpresa que al comienzo de la representación eché en falta a Agustín González. Tarde un poco en reaccionar, ya que suponía que su entrada sería después. Pero la trama no ofrecía dudas, allí estaban los actores que representaban a los tres actores, ya metiditos en año, que el guión de la obra describía. Un gesto de contrariedad, en silencio, hacia mi esposa, indicaba mi dolor por su ausencia.
Y no lo pude evitar a lo largo de la representación de la obra: faltaba el carácter de este actor; faltaba su chispa y su magia; su humor y su desenfado para enfrentarse al papel. Había otro actor y, se notaba, no era igual. Agustín González es un actor de una pieza, de esos que llenan un escenario. Gesticulante y locuaz, lo necesitaba la obra y su ausencia se notó hasta el final.
Hoy cuando, sí está en el escenario aunque éste se haya utilizado como capilla ardiente, noto más su ausencia. Ahora se que es para siempre en el teatro, aunque nos queden sus múltiples películas, donde no sabíamos si estaban hechas para él o es que él se hacía con los papeles que parecía ser principal y no secundario. Si era un actor, de los llamados de reparto, lo sería hasta morir, o es que alguien creía que no se le iba a notar. Si se notaba siempre su presencia, de igual modo se nota su ausencia.
Gesticulo con mis manos mientras escribo, intentando vanamente llegar a imitar sus gestos y sus voces; y no puedo. Era único y, del mismo modo, que no fue capaz su compañero de hacernos olvidarle el otro día, tampoco hoy soy yo capaz de reemplazarle en su tono amenazante y burlón con el que nos obsequiaba en sus muy elaborados personajes. Hizo de todo, pero se ajustaba, este madrileño, al personaje autoritario que pretendía con sus diálogos imponer siempre su criterio. Eran guiones, pero nos sabían a él. A veces será malo encuadrar a algunos actores en determinados papeles, pero se fija mejor su memoria y se nota menos su ausencia al recordarlo.
Valgan estas líneas como homenaje a quien en menos de una semana se me ha escapado dos veces. Perdono la primera, pero esta última no la perdono, pues queda definitivamente en ausencia. Su ausencia. Descansa Agustín, aunque tristemente no es un chiste.