Con la aparición en antena del programa Vaya semanita, que se emite en la televisión autonómica vasca sucedió que los vascos aprendimos a reírnos de nosotros; en aquellos tiempos en los que tan poco gracia tenía la cosa. Luego las aguas se encauzaron en el terreno de la no política y los vascos deseamos más que nunca reírnos de nosotros, porque veníamos de lugares en los que las cosas no tenían puta gracia, ya digo. La secuela más directa de Vaya semanita fue Ocho apellidos vascos, esa película que devino en la más taquillera del cine español. Parece ser que la gente tenía curiosidad por ver de verdad cómo era esa gente de la que se decía que tenían nobleza pero que en los telediarios salíamos cada día por acciones muy poco nobles. Lo siguiente, porque ya saben que en este país cogemos una gallina y hasta que no hacemos lápices de todas sus plumas no consideramos que hayamos terminado con ella, es una serie que emite Antena 3, ahora en su segunda temporada y que se llama Allí abajo. Película y serie tienen en común que hacen risas con las diferencias culturales de vascos y andaluces.
Es en esas diferencias culturales cuando empiezan los temas de los estereotipos, que son los mismos de siempre. En la película se dejan ver. En la serie se abusa de ellos. Así, el andaluz, es un tío que disfruta con las fiestas en fincas, las casetas en farolillos, la guasa, la gracia y una tendencia a darle a la húmeda para contar mentiras. Los vascos aparecen allí como gente seria, poco dada al chascarrillo, de risa complicada sino casi imposible, comilones hasta el punto de no perdonar bajo ningún concepto faltas en el tema de la pitanza. Esto último es verdad. También se da la cuestión de que al andaluz le gustan los toros. El vasco los ignora, incluso los deplora. Y eso no es verdad, ni siquiera desde el punto de vista del estereotipo.
Así que a los vascos no les gustan los toros porque vienen -venimos- de realidades tan distintas al resto del país, que no podemos comprender esa salvajada. Los servicios de información-documentación de la mencionada serie tienen ya de por sí, sólo por esto, un borrón en su trabajo y un cero absoluto en cultura general. Resulta que en Euskadi hay una afición al toreo muy importante. Es más grande aún si hablamos del territorio Euskal Herria, esto es, aquellos lugares que no siendo Euskadi en la geopolítica, lo son en la cultura. Mirándolo así, contamos los vascos con tres plazas de primera categoría: Bilbao, San Sebastian y Baiona. Otra que siendo de segunda funciona a todos los efectos como plaza de primera: Pamplona. De las citadas, dos son además referentes del toro-toro, Bilbao y Pamplona y ocupan un lugar destacado dentro del panorama taurino precisamente por el tipo de toro que se lidia. No en balde, antaño, la principal familia taurina del país vasco, de fama mundial, los Chopera, fueron considerados por el tipo de toro que compraban en el campo, el toro Chopera (hay quien opina que fue ese tipo de toro el que salvó a Madrid de caer en la nada, cuando la época de Don Manuel). San Sebastián no es referente del toro, pero sí plaza de primera. A San Sebastián, precisamente, le han querido llamar la ‘Sevilla del norte’. Vitoria fue la ‘Puerta del norte’ y hoy por hoy Azpeitia se presenta como un lugar de culto para la afición. Así que no, a los vascos no nos gustan los toros, porque somos gente del norte y deploramos costumbres bárbaras. Pero ni en Andalucía hay cuatro plazas de primera categoría (Baiona, Bilbao, Pamplona, San Sebastían).
Otra de las cosas con las que nos regalan es la de mostrar al aficionado taurino como un garrulo, hombre siempre de campo, asalvajado que no pronuncia una sola letra bien, que sueña con vivir como animal.
Es de suponer que no ha habido asociación para la defensa de la fiesta, y de los aficionados a la fiesta, habría que añadir, que se haya preocupado de escribir una carta a la productora y a la cadena que emite el producto, y que haga lo propio cada vez que el mundo del toro se ve estereotipado, y siempre en negativo.
