Aquello de que las criaturas mortales vayamos alcanzando nuestros objetivos es algo alentador. Es el caso de José Ortega Cano que, como máxima ilusión, desde siempre, era ejercer de payaso y días pasados lo logró en un circo. Ortega emuló a Charlot y, por lo que pudimos ver, además de ver cumplida su ilusión, el papel le salió bordado. Enhorabuena para el que fuera un grandísimo torero en los años noventa, caricaturizado en sí mismo en la actualidad.
Al margen de todo, pobre Ortega Cano que, a diario, como podemos ver, tiene que soportar la pesada cruz de ser pasto de los medios de comunicación, razón por la que todos los días del año, en TVE aparece como figura relevante en los programas de cotilleo.
Ortega Cano en el papel de Charlot, lo que era su ilusión.
Fijémonos como es la vida que, Ortega Cano, en sus años de esplendor como figura del toreo no era nadie para dichos medios de comunicación y, repito, en la actualidad es el icono de los programas del romanceo.
Claro que, los dirigentes del programa aludido en que aparece a diario Ortega Cano, en realidad, no deben ser muy inteligentes. ¿O acaso será su figura la que vende? Pregunta de muy difícil respuesta porque, dicho en cristiano, ¿le interesará a alguna persona normal la vida de Ortega Cano? Supongo que no, pero al pobre lo llevan por la calle de la amargura.
Imagino que el diestro de Cartagena daría todo lo que tiene con tal de que le dejaran vivir. Bien es cierto que él también tiene su cuota de culpabilidad porque en muchas ocasiones ha salido en la TV haciendo parodias de cante y similares, razón por la que se lo toman a pura broma. Y debe ser muy triste que, en su caso, un hombre que fue un auténtico artista en los ruedos, que ahora se lo tomen a chufla, no deba ser muy agradable.
Muy triste todo lo que ocurre en la sociedad en que vivimos y, mucho más lamentable la actuación de los medios de comunicación que, ante un torero, cuando se debería de hablar de su profesión, de sus logros dentro del mundillo que ha vivido, la crueldad de la cuestión no es otra que adentrarse en la vida particular de este pobre hombre que, con su fortuna a cuestas, no encuentra la paz que desearía.
Todo tiene un motivo, nada es más cierto. Y en el caso de Ortega Cano, un día de la vida, el diestro encontró el gusto ante las cámaras, se posó ante ellas y desde aquel momento es pasto de las mismas que, repito, han encontrado en este personaje su caldo de cultivo.
Una pena, pero es una realidad que aplasta. Dejemos de una vez que este hombre sea Charlot, que sea apoderado, que sea lo que Dios le indique, pero dejémosle vivir. Como dije, a nadie normal le debe de inquietar la vida de este hombre que, para su desdicha, ha tenido capítulos demasiado desagradables como para airearlos de ese modo. Que viva en paz Ortega Cano, repito, sería el mejor deseo que pudiéramos pedir para él en este año que terminamos de estrenar.