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En líneas generales, la gran masa que acude a las corridas de toros, (principalmente en países donde la actividad taurina es limitada); tiene poco o ningún conocimiento de lo que está ocurriendo en el ruedo.
La Fiesta Brava tiene dos protagonistas principales; el toro que actúa por instinto y el hombre que actúa por conocimientos, técnica e …¡instinto!. Se podría decir sin miedo a equivocarse que, es un rito instintivo, a momentos; hasta intuitivo.
Y donde más se ve esa “intuición”es, en el público que, aún sin comprender cabalmente lo que está viendo, intuye el peligro, siente el acoplamiento o la lucha desesperada por lograrlo.
Quizá, son esas cualidades instintivas e intuitivas las que; en estos tiempos tan materializados, tan racionalizados, tan “minimalistas” en lo que respecta a los sentimientos, vuelven cada día más incomprensible este mágico y centenario rito.
Hace menos de un mes se vivió en Riobamba la Corrida de la Independencia. Con un cartel interesante: Juan José Padilla y David Fandila “El Fandi”, españoles y el ecuatoriano Mariano Cruz Ordóñez.
En su momento pusimos la crónica de lo acontecido en aquella entretenida tarde de toros, pero; además de los triunfos, de la oreja que cortara cada uno de los españoles de la terna, más allá del triunfo del ganadero con el gran sexto toro y, del torero de la tierra al indultarlo, hubo un triunfador “instintivo” en esa corrida; Juan José Padilla.
Fue en el segundo de su lote, precioso de estampa pero; soso, tardo en embestir, sin transmisión con el que Padilla, exhibió toda la técnica que guarda sin que fuera suficiente. Luego recurrió a adornos, molinetes, buscó cada resquicio para poder lograr faena, sin logarlo.
La sosería del toro enfrió al público que terminó por desentenderse de la faena hasta casi el final, cuando con un desplante, “El Pirata”, atrajo la atención del respetable.
Padilla, en su afán de conseguir una oreja más, de lograr lidiar al complicado, noble y soso cuarto; se pasó de faena y a la hora de matar, esto le pasó factura complicando la labor y volviendo eterno ese último tramo.
Fue un vía crucis que, afectó al torero; el desánimo y la decepción se le veían en el rostro pero, aquí ocurrió algo que solo se podría explicar como, una reacción instintiva del público para premiar la voluntad, la perseverancia, el tesón de Padilla; en cuanto cayó el toro; el público se puso de pié y comenzó a gritar “torero-torero”.
Hemos visto un sin fin de triunfales vueltas al ruedo en los años que llevamos viendo toros, pero nunca, una en la que se vitoreara de esta manera a un torero que, ni tuvo materia prima para el triunfo, ni acertó con los aceros al final de su faena, recibiendo además dos avisos.
La vuelta al ruedo, (con solo recordarla se nos eriza la piel), estuvo acompañada de los gritos: “torero-torero; tienes que volver”.
Sin temor a equivocarnos diremos que esa tarde en lo instintivo, en lo intuitivo, en lo que respecta al sentimiento; el triunfador absoluto fue: Juan José Padilla quien terminó tomando un puñado de arena del ruedo, besándolo y apretándolo contra su pecho.
El calor del público, el espontaneo apoyo; dadas la condiciones del toro y el devenir de la faena, hacen evidente que no se dieron por la faena.
Se dieron al hombre, al luchador, al titán que luchó contra todo lo que tenía en contra y no solo ante ese toro, en esa tarde, si no ante todo y por sobre todo; ante los embates que le dio la vida.
Intuitiva, instintivamente; todos quienes asistimos a esa corrida; con los gritos de nuestras gargantas y el calor de nuestros aplausos agradecimos la lección de vida que es Juan José Padilla, triunfador espiritual de la Corrida de la Independencia de Riobamba.
¡En hora buena, “Pirata”!
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