Así pues, y continuando con el tema de la cultura, podemos observar hoy una España que tiende a la fragmentación. Es la crónica de una muerte anunciada que no podremos evitar siguiendo los caminos que hemos seguido hasta ahora. Catalunya aspira a marcharse pese a lo que digan las urnas y la columna en la que se apoya su premisa no es sino un insulto al resto del Estado Español al que acusan de ladrón. Al olor de las sardinas, las agrupaciones vascas más radicales plantean seguir el mismo camino, quizás un tanto avergonzados porque Pilar Rahola les ha reprochado (en realidad nos lo ha reprochado a todos los vascos, y éstos, que parece que son más que nadie, se han sentido cuestionados) su falta de apoyo, colaboración y solidaridad. Ninguno de los dos territorios llega con una idea nueva, los dos han mantenido, desde principios del siglo pasado, el objetivo de marcharse. No creen en España. Y el problema es que ni la propia España cree en ella. Existe un descreimiento importante sobre lo que es España, sobre la España que nos dimos – a los más jóvenes no la dieron- en el 78. Así, a todos se nos llena la boca con la palabra España; se nos llenan los bolsillos con los llaveros con la bandera; se nos llenan las manos con las pulseritas y hasta en las bandas del cuello de nuestros polos de tenis lucimos la enseña patria, pero a la hora de la verdad, tenemos serios prejuicios sobre las personas que viven en Catalunya, o en País Vasco o sobre los andaluces, o sobre los gallegos. Hemos llegado al punto de escuchar a varios políticos cuestionar la idea de que un catalán pudiera/debiera, ocupar el cargo de Presidente del Gobierno de España.
Llegados a este punto, es de plantearse una cuestión fundamental ¿Qué es lo que tenemos en común los españoles de cada una de los territorios que hacen el mapa del país? En principio una lengua y todo lo que surge desde ella, el conocimiento. Es la lengua que ha dado lugar a una de nuestras joyas literarias, única de este género en el mundo entero: la novela picaresca. Pero esta lengua no es única, existen otras lenguas y dialectos. Tenemos también un gobierno común, en el que hay muchísimos españoles que no creen. Tampoco es único pues existen también los autonómicos a los que muchos se sienten más cercanos y que a la vez contribuyen a crear ciertas rencillas con el resto. Tenemos un montón de deportistas que presumen, como lo hacía Julio Iglesias, de ser españoles allí donde van pero que a la hora de guardar los doblones lo hacen en bancos que funcionan en otras latitudes. Por último, tenemos a la selección española, a la que ahora sí, todos aceptamos, pero de la que sólo nos sentimos orgullosos cuando gana. No sabemos ser país. Quizás ni siquiera estemos preparados para ello y esto también es cultura.
En todo este desbarajuste hay algo que perdura desde tiempos inmemoriales (aunque debería ser ya hora de que le pusiéramos memoria) y que es el trato con el toro bravo. Algo que ha perdurado desde la prehistoria, que ha salvado prohibiciones, debates, regulaciones, guerras civiles y no civiles, que ha pasado por las diferente formas de gobierno: monarquías, dictaduras, repúblicas, democracia… Algo que ha estado dentro de nuestra historia, de nuestra cultura, que a poca gente deja indiferente. El toro es elemento cultural en España y el debate que genera, también.
En una España que cada día se disuelve más como un azucarillo en el café con leche, se observa como en muchos acontecimientos deportivos u otro tipo de concentraciones, la gente marca la bandera de España antes con un toro que con un escudo constitucional. Pocas cosas nos son más comunes, pese a que no seamos conscientes de ello. Es más, dentro de su trato está también la diferenciación de cada una de las partes de España, pues no en todas los antecedentes antropológicos y etnográficos son los mismos. Así, mientras las prácticas con el uro en Esukadi se realizan en forma de sokamuturra, en el mediterráneo se hacen en forma de bous al carrer, en Navarra en recorte a cuerpo limpio y esto por lo que tiene que ver con España porque en Portugal y en Francia tienen también sus propias formas. La corrida de toros es una puesta en común de todas ellas, un intento de aglutinar y perfeccionar las diferentes prácticas en una global, sistemática y científica. Desde la perspectiva aristotélica, diríamos que la corrida de toros es una entelequia, algo que completa y perfecciona las diferentes formas del trato con el toro. La corrida reúne las tauromaquias igual que España reúne a los territorios. Y en esa comparación puede estar el futuro de lo que se la fiesta de los toros. Ya saben, otra vez Ortega y su visión conjunta de la fiesta y del país. Quizás veamos pronto llegar el momento en las diferentes tauromaquias sean también elementos de ruptura con la fiesta en taurina global.
