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Lázaro Echegaray  
  España [ 13/11/2015 ]  
LA CULTURA DEL TORO (I)

Con motivo de un congreso sobre comunicación, nos juntamos en Málaga un grupo de investigadores sobre el tema. Durante la comida, una compañera, profesora de una universidad de la Comunidad de Madrid, me cuenta cuando cubría las noticias del Valle del Tiétar y lo involucrada que se vio entonces en las fiestas de los pueblos del área. También me hablaba de la importancia que se le daba a los toros en esas fiestas, y el fervor profundo con el que se vivían los festejos. Allí, como en tantas partes de la Iberia, las fiestas populares giran alrededor del toro. Para que luego llegue quien diga que el toreo no es cultura. Gente que mejor haría en informarse antes sobre el significado de las cosas sobre las que van a hablar. No me refiero a que no conozcan la idea fundamental de la tauromaquia que critican sino a que no tengan santa idea de qué es eso a lo que se ha dado en llamar cultura. Nada nuevo bajo el sol. El culto al toro subyace en la cultura de la Península Ibérica, o quizás sea mejor decir en las culturas de la Península Ibérica;  esto no tiene discusión. Incluso en la Catalunya en fuga, el trato con el toro se enmarca dentro de la cultura popular de las zonas costeras. No en balde fue ese asunto del bous al carrer lo que dejó en entredicho el fundamento de la prohibición de las corridas de toros en la arcadia catalana. El toro es cultura, el juego a vida o muerte que se realiza con él, mal que nos pese, también. De hecho, y como ya ha sucedido en casos como éste de Catalunya, será la propia cultura del toro la que deje en ridículo cualquier tipo de acción prohibicionista. Claro está que no hay que lanzar la vista demasiado lejos, ni ser ávido observador, para darse cuenta de que hay gente a la que esto de hacer el ridículo le pone. Basta con ver a Mas suplicando, día a día, a sus socios de elecciones que le dejen coger el mando de la futura república, constante y obediente ante esa orden que tan bien refleja la cultura administrativa española: vuelva usted mañana. Y mañana, Mas, que en sus ratos de descanso quizás se acuerde de Larra e incluso lo lea, se vuelve a presentar ante esa ventanilla infranqueable que le han puesto los de la CUP: Hola, me dijeron que volviera el jueves y aquí estoy otra vez ¿qué hay de lo mío? Si eso no es España...


Pero a lo que íbamos. Lo que me contaba esta compañera me trajo a la cabeza algo que había olvidado: los espectáculos taurinos en el Valle del Tiétar, que otros llamaron el Valle del Terror. Ahí está una de las esencias de la fiesta de los toros en la Península. También, parafraseando a Gómez Pin, una de las escuelas más sobrias de la vida pues en esos lugares, antes al menos, no había trampas ni cartones, el toreo se jugaba en sus más crudas consecuencias, que realmente es lo que hace grande al toreo. De ahí que mi compañera de congreso se acordara con admiración de la afición que existía en la zona, de la intensidad con que se vivían los días de toros, desde la mañana hasta la noche. Allí había verdad. El problema es que la verdad en el toreo implica riesgos tan grandes que propician la huida, y posterior crítica, de los que se dicen implicados en la defensa del toreo.


Acontecimientos como estos del Valle del Tiétar suceden también en otras partes de coordenadas geográficas muy diferentes. Así, por ejemplo, la forma de entender la tauromaquia, que es también la forma de entender la vida, nos trae inmediatamente a la memoria festejos como los de Zestoa, en Gipuzkoa, la localidad de mayoría municipal vasca radical que dijo NO a su propio partido (Bildu) cuando pretendieron abolir los festejos taurinos. Las corridas de toros de Zestoa, a las que hace tiempo que no voy, son un espectáculo digno de análisis en el que el vasquismo más extremo y menos aceptable tenía un protagonismo total. Es decir, la celebración de los espectáculos se politizaba hasta más no poder, por el ruedo paseaban (supongo que seguirán haciéndolo) las pancartas con las fotos de los presos y en las paredes de la iglesia que hace de muro de la plaza organizada para la ocasión, se pintaba la simbología de la ideología terrorista en cuestión ¿Quién les dice a los de Zestoa que ese espectáculo tan suyo es español? Queda claro que para ellos es un espectáculo eminentemente vasco, suyo propio, instaurado dentro de los quicios de su cultura, que no quiere ser española pero que es, sin duda, peninsular.  El tipo de festejo es muy similar al del mencionado Valle del Tiétar, toro o novillo muy, muy hecho, toreros o novilleros muy, muy valientes. Esencia pura de la fiesta de los toros, cultura popular en su máxima expresión.

 
   
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