Literal. Un tío ha matado a su caballo de una paliza. O quizás debiéramos decir, un animal con manos ha matado a otro animal. El problema es que lo que diferencia a ambos animales no son solo las manos sino también la capacidad de pensar, reflexionar, tener conciencia del bien y del mal que uno tiene, o debería tener, y otro no. Me refiero al animal humano que sintiéndose frustrado porque su caballo no ha obtenido los resultados esperados en una carrera, ha decido utilizar toda su violencia y su falta de humanidad para liquidar al equino en cuestión. La escena es macabra y sin ningún tipo de justificación. Ninguna. Por mucho que algunos medios se empeñen en resaltar que en la competición se jugaban unos quinientos euros, lo que hace que el hecho sea observado desde la ira que generan la avaricia y la frustración. No. Dejemos el dinero a parte, de una santa vez. La acción tampoco hubiera tenido justificación si el dinero que hubiera de por medio hubiera sido elevado.
Como no podía ser de otra forma, unidas a la noticia han aparecido las declaraciones del mal llamado movimiento animalista. Quizás debiéramos decir, por seguir la moda, del autodenominado movimiento animalista. Se felicitan. No porque el mal llamado hombre, autodenominado ser humano, haya matado al caballo (aunque su doctrina está necesitada de ejemplos con los que predicar) sino porque la justicia ha condenado al interfecto. Consideran que poco a poco en este país vamos teniendo conciencia animal, la que hace que los jueces actúen contra ese tipo de prácticas. En la frente de estos colectivos puede verse la nube del deseo, la de poder ver un día a los taurinos condenados judicialmente por la realización de un acto que ellos consideran similar al ejercido por el energúmeno este. En verdad el problema sigue estando ahí pero hay que ser conscientes de que el incidente podría haberse evitado de haber estado los colectivos pendientes de lo que ellos consideran que es su labor: vigilando la buena salud de los animales explotados por el hombre, manifestándose a las puertas del hipódromo de Manacor, que está al lado de la cuadra propiedad del susodicho, cautelosos de lo que pudiera pasar tras la carrera. Suponemos que ahora las manifestaciones en las plazas de toros se fragmentarán en Mallorca y en España. Pero es que los pobres no dan abasto. Unos a las plazas de toros, otros a las granjas de porcino, otros más a las de ovino, aquellos a las granjas de aves, los más suertudos al zoo, los mejor posicionados al circo, los ludópatas al hipódromo y cuando les quede un ratito, a las carreras de galgos. Si entrenan bien el olfato, incluso podrían enterarse de dónde se realizan las peleas, ilegales y salvajes, de perros o de gallos. La injusticia contra los animales está en todas partes pero los animalistas solo están en las plazas de toros.
Pero ¿qué es el animalismo? Montones de animalistas se concentran en las plazas de toros todos los años, en todas las ferias. No en balde el toreo es el segundo espectáculo en asistencia del país. Son animalistas que adoran al toro de lidia, velan por su protección, por la honestidad y la higiene de la lidia y nunca permitirían que un torero matara a golpes a un toro. Claro que tampoco a ese profesional del animalismo que es el torero se le pasaría por la cabeza semejante acto de salvajismo. Tienen una característica importante y destacada estos animalistas de los que hablamos, son también humanistas. En fin, gente que puede dar ejemplo de ética ciudadana y filosófica, sin ningún tipo de duda, gente que no puede ser tachada de asesina y menos por parte de quienes destinan a un animal como el toro bravo a la desaparición, esos son animalistas genocidas ¿Por qué se pide su opinión y no la de esos otros animalistas, siempre cuestionados?
Mientras tanto, el discurso intelectual taurino oficial se preocupa por la capacidad ética de los animalistas genocidas. Es perder el tiempo. En estos días la ética tiene el mismo peso que el que le daba Maquiavello cuando escribía para Lorenzo de Medici. Analizar la ética de quienes defienden el exterminio de una raza animal, diciéndose sus defensores, es una pérdida de tiempo y un ejercicio reflexivo inútil que nos ha traído a donde ahora estamos. Dicen bien en esta ocasión quienes consideran que hay que cambiar las formas, hay que renovar los discursos manidos e inservibles. Y dejarnos de complejos.
