El pasado viernes el torero madrileño López Simón conmocionó al mundo taurino por la heroica actuación que tuvo cuando toreaba en Madrid. Mató dos toros con la piel rota: el toro que lo hirió y el que cerraba plaza. Fue durante el mano a mano con Diego Urdiales en el coso de Las Ventas.
El vendaje que le pusieron en la enfermería hacía suponer que tenía una cornada, pero nadie sabía que traía algo tan serio.
El torero nunca buscó la lástima del público o el aplauso fácil, se lo impide su honradez, su dignidad, su honor, su vergüenza torera.
Antes que lo cargaran en hombros para sacarlo por la puerta grande, porque cortó dos orejas, dijo en entrevista televisiva al referirse a su odisea: no lo hago por nadie, es una necesidad interior.
La frase impactó por auténtica, por brutal; no fue la acostumbrada respuesta demagógica, la expresión le brotó de las entrañas de su integridad. Bien podría ser el paradigma que cambie la fiesta de los toros.
Lo que hizo López Simón, torear gravemente herido bajo su propio riesgo porque no contaba con la autorización de los médicos de plaza no es cualquier cosa, pocos, pero muy poco lo harían.
Sin embargo, entre los toreros es común que con una cornada se queden en el ruedo a terminar la labor.
Es que los hombres que se visten de luces son héroes, son unos semidioses mitológicos salidos de alguno de los poemas de La Odisea.
Pareciera que la ropa de torear les diera una fuerza interior que los hace ir hacia delante sin importar lo que haya que sufrir. Los toreros heridos se quedan en el ruedo por amor propio, por no dejarse ganar la pelea, por lo que usted quiera, pero siempre es por algo interior que les da fuerza. ¡El dolor los tira y el orgullo los levanta!
No lo hago por nadie, es una necesidad interior Por eso es tan deprimente ver a un torero hacer trampa, con acciones que no van con su categoría de héroe.
Es inconcebible que un semidiós se rebaje a exigir los toros despuntados, animalitos que no tengan la edad reglamentaria, adolescentes engordados, acochinados que, además, sean de ganaderías en las que la bravura ha sido expulsada.
Inentendible que un diestro que tiene el valor y la fuerza interna, que es capaz de quedarse en el ruedo cuando ha sufrido un percance, sea el mismo que impone todas las facilidades tramposas para torear.
No faltará quien diga que los toros chicos y descastados también hieren y hasta pueden matar. Estaría en lo cierto. Para muestra es suficiente recordar que un torero de la categoría de Antonio Bienvenida, quien siempre pugnó por el toro en puntas, con edad y trapío, fuera muerto por una vaca en una plaza de tienta en octubre de 1975.
Queda claro que reses grandes y chicas pueden matar pero hay que conservar la ecuanimidad, porque es como si comparáramos un tráiler con una bicicleta. Los dos vehículos pueden lesionar y matar; no obstante la diferencia es evidente.
La fiesta de los toros está pasando por una crisis severa aunque haya quien lo niegue. Es atacada por los antitaurinos, por legisladores que pretenden prohibir el espectáculo taurino buscando la nota periodística, cuando en su dieta alimenticia está considerada la carne, asimismo usan artículos de piel; por si eso no fuera suficiente existen algunos profesionales que ganan dinero haciendo trampa en las corridas de toros.
Los buenos aficionados se sienten con la obligación moral de defender la tauromaquia, pero el desánimo aparece cuando asisten a corridas que son una parodia, cuando los héroes vestidos de toreros se prestan a simulacros. Es absurdo defender un espectáculo llenos de timos, porque lejos de defender la tauromaquia, únicamente están defiendo el fraudulento modus vivendi de unos vivales.
Ahora es buen momento de cambiar de actitud, de predicar la autenticidad con el ejemplo, demostrándole amor a la fiesta repitiendo sin demagogia lo que dijo en aquella entrevista Alberto López Simón, un torero de 24 años de edad y 3 de alternativa: no lo hago por nadie, es una necesidad interior.
Foto: Las Ventas.
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