Hoy, con "Gol del Valencia". Una de sus crónicas en las que hacía, con su inigualable prosa, sonreír y disfrutar mientras leías.
Como prometí a nuestros lectores, dada la tacañería con la que su periódico El País no le recuerda, vuelven las irrepetibles crónicas de Vidal. Una vez al mes, mientras el cuerpo aguante, cederé este espacio para que muchos puedan recordar al maestro de los periodistas taurinos. Muchos supimos y saboreamos su inigualable modo de contarnos lo que sucedía en la plaza. Sus relatos apasionados y llenos de vivencias de verdadero aficionado; huyendo de tecnicismos y llegando al corazón de los lectores. Todo impregnado de un casticismo que hacía de sus crónicas un divertimento y una agradable lectura.
Pretendo con ello, además de que unos lo puedan recordar, que sean otros los que se incorporen a su lectura, que puedan disfrutarla, pues su extraordinaria prosa traspasaba, y traspasa, los lugares, las fechas, los protagonistas del día, para adentrarse en la buena literatura. Qué poco se necesitaba que nos contara las series de muletazos instrumentados para sentirnos dentro de la corrida, viéndola y viviéndola por completo. De este modo, ayudaremos a que le puedan conocer las nuevas generaciones, no solo de aficionados lectores, sino también de los incipientes cronistas taurinos de nuestros días. Maestro: Gracias por dejarnos sus escritos. Solo nos queda decir: que lo disfruten.
“Gol del Valencia”
De repente, en medio del inmenso sopor, del aburrimiento generalizado, de la siesta que algunos estuvieron durmiendo desde que empezó la insoportable corrida, un estremecimiento de júbilo sacudió la plaza y una potente voz cenital, venida de las andanadas o quién sabe si de remotas galaxias, anunció la buena nueva: '¡Gol del Valencia!'. Y fue justo entonces cuando empezó a cobrar sentido la función, la tarde, la vida.
¡Gol del Valencia! Bendito sea dios. Al menos alguien había encontrado motivos para ser feliz o, por lo menos, estar contento y tener algo que contar, aunque fuese en un lugar de Milán llamado San Siro. Pues en otro de Madrid llamado Las Ventas, y con cartel de lujo dentro, lo que sucedía era como para echarse a llorar.
Toros inválidos, toreros insulsos, maestros ciruela. Qué tarde dieron -¡bendito sea dios!- todos a una.
Los toros de Partido de Resina, que quienes están en la pomada gustan llamar pablorromeros por la sencilla razón de que la ganadería pertenció a Pablo Romero (de eso hace ya cuatro años), pese a su hermosa lámina y sus bien conformadas cornamentas eran unos borregos impresentables. Borregos y tullidos. Borregos, tullidos y fumados.
Hubo dos que no: precisamente primero y sexto (capicúa). Primero y sexto sustituyeron la borreguez por la bronquedad y sacaron peligro. El primero no humillaba, acometía incierto, y Luis Francisco Esplá hubo de sortear sus intemperancias librando derrotes. El sexto rebanaba las proximidades de El Cid lidiador cual si sus astas fuesen alfanjes tirando a degüello y el amenazado diestro respondió recreciéndose en su toreo al natural, también por redondos; y ya que no podía haber lucimiento, ofreciendo generosamente el testimonio de su pundonor y su valentía.
Lo chocante es que, con los borregos, uno y otro diestro sustanciaron peor actuación. Esplá brilló poco con el capote, nada con las banderillas, muleteó sin gracia. El Cid pegó algunos pases de buen corte mas de inútil realización al inválido absoluto de su anterior turno y de poco oye los tres avisos (y se lo echan al corral) ya que lo mató malamente y a la última.
De todos modos, ninguno de los dos mencionados diestros -uno veterano y casi podríamos añadir consagrado, otro novel de muchos merecimientos- podía despertar pasiones porque la admiración de la mayoría de los presentes se centraba en el tercer espada: el famoso Joselito.
Al tercer espada (segundo del cartel) estaban dispuestos a aplaudirle cuanto se le ocurriera hacer; incluso meterse el dedo en la nariz. Que, por cierto, fue bien poco y lo de la nariz ni se le pasó por la cabeza, afortunadamente. Con sendos inválidos borregos adormecidos lanceó a la verónica marcando el viaje en línea recta, sufrió enganchones, las astas de los borregos le rajaron dos capotes, entró a quites y tiró gaoneras y chicuelinas para el olvido, engendró premiosos muleteos.
Los premiosos muleteos del famoso Joselito marginaban la técnica de parar, templar y mandar, y la sustituían por el unipase, el toreo fuera cacho, los viajes marcados al desgaire, la destemplanza. El muleteo al segundo toro añadió dos series de naturales de aleatoria factura y aun quiso prolongar Joselito la faena intercalando derechazos, trincheras, porfías, que provocaron palmas de tango y algún grito avisándole de que acabara de una vez pues estaba aburriendo al lucero del alba. Muchos no le perdonaron a Joselito que al concluir la faena hubiese convertido en depresión el optimismo que había despertado en sus principios aquel jubiloso '¡Gol del Valencia!'.
Dijeron en su día que lo de Joselito anunciándose con los toros de Partido de Resina (antes Pablo Romero) constituía una gesta. Luego, al comprobar cómo salían los toros de Partido de Resina (antes Pablo Romero) se entendió perfectamente en qué consistía la gesta.
A alguien se le ha visto el plumero, francamente.
23 de Mayo de 2001
Joaquín Vidal