La semana se va a presentar complicada. Sobre todo en lo que al respeto de las libertades se refiere. Los antitaurinos, a los que algunos se empeñan en llamar animalistas, como si sus preocupaciones interesaran a toda la colectividad animal, los antitaurinos, decíamos, se preparan para tomar Tordesillas y teniendo en cuenta cómo se lo pasaron en la anterior edición, no es de suponer que este año aspiren a menos. Vaya preparándose cuánto animal viva o anide en los bosques cercanos porque el año pasado fueron pasto de las llamas generadas por un incendio provocado. La militancia radical es lo que tiene, que hace sentirse a los activistas tan involucrados, que en el fragor de la batalla olvidan cuáles son sus ideales y acaban masacrando a quienes dicen defender. Pero el radicalismo ha contado ya con esos percances: acaban denominándolos ‘daños colaterales’ y con eso queda todo justificado. Hay más hijoputas que ventanas.
La campaña de este año empieza con el recurso a Pedro Sánchez, que no sabe, como viene siendo habitual, por donde salir. Sánchez se encuentra en una de esas encrucijadas en las que se meten los políticos para quedar bien con todo el mundo. No hace demasiado tiempo que se comprometía con la Unión de Criadores. Hoy quiere hacerlo también con los guerrilleros anti toros que intentaron boicotear un acto del candidato en Barcelona. Así, para salir del paso, tan incómodo, oiga, Sánchez se pasa por el forro lo dicho a los ganaderos y ahora saca otro discurso para los de las piedras y la gasolina: una ley contra el maltrato animal en cuanto llegue a gobernar. Los ganaderos le creyeron pero a buen seguro hoy, ahora, se ciscan en sus siglas. Los terroristas pueden creerle, sus posiciones son más cercanas. De todo esto nos queda observar esa extraña flexibilidad de Sánchez que no ha entendido aún que no es posible servir a dos señores al mismo tiempo. Claro, que hay que tener en cuenta las circunstancias en las que se encontraba el líder para llegar a esto. Nada menos que veinte manifestantes en un acto de inicio de campaña que le reclamaban que tomara medidas. Veinte personas entre las cien que había y al candidato se le despeina el tupé. A mí también se me hubieran puesto los pelos de punta si me encuentro ante veinte ofensivos desaprensivos activistas con la obsesión en el entrecejo y ansia de venganza en las manos. Pero yo no soy político, ni aspiro a gobernar ningún país, gracias a Dios. Por lo demás, en Sánchez puede verse lo que se llama la forja de un político.
Mientras tanto, los aficionados, nos movemos como podemos, esto es pobremente. Se han realizado algunas manifestaciones contra los abusos que sufre la tauromaquia. Manifestaciones de esas que apenas salen en los medios que se dedican al tema del toro. Manifestaciones en las que nos seguimos empeñando que sean las partes interesadas las que lean manifiestos, como si eso nos fuera a dar más valor social. Podríamos recurrir a escritores, poetas, escultores, cineastas, políticos, periodistas, realizadores de televisión o incluso a la Casa Real para que leyeran esos manifiestos pero preferimos hacerlo a gente que gana dinero con el toro, que para nosotros son personas de gran valía pero que para el gran mundo no significan más que alguien que defiende sus lentejas. Ya caímos en esos errores cuando todo el lío de Cataluña y cuando lo del Parlamento Europeo. Aquello no parecía la reivindicación de un acto cultural sino un montepío de profesionales. Puestos a defender su participación, se les podía pedir que también ellos se presentaran en los mítines políticos de unos y otros y montaran la zapatiesta exigiendo una secretaria de estado para el toro, una academia de la tauromaquia, una declaración institucional a favor de la fiesta cultural de los toros. Ah, no, tampoco es eso, eh, nos quitamos la montera haciendo el paseíllo y ya el mundo temblará.
Lo de la secretaria de estado, o lo de la academia de la tauromaquia no es ninguna broma. Es necesario empezar a dotar al toreo de todos los mecanismos con que cuentan otras artes porque llegados a este momento ¿dónde está la institucionalización del toreo? ¿En ANOET, en la Unión, en el Ministerio de Cultura, en la Federación de Peñas…? ¿Por qué queremos que el toreo sea igual a otras artes si no nos hemos preocupado de dotarlo con las herramientas y mecanismos con que aquellas cuentan?
