Suena el teléfono. Su insistente sonido siempre es preludio de algo. Todos los días, a todas horas puede sonarte el teléfono. ¡Qué digo!, los teléfonos. Hoy ya casi nadie se libra de tener, además del fijo, el móvil. ¡Doble ocasión!. La vida es generosa y nos da más de una oportunidad.
De las llamadas recibidas, cabe hacer distinciones. A saber, motivos de encuestas, muchas. Con el objetivo de la mejora de la calidad y la atención al cliente, las empresas se han lanzado a la caza de la opinión de sus compradores. Es para mejorar, nos dicen. Conociendo su opinión, mejoraremos nuestros servicios y ello permitirá que le atendamos mejor en lo sucesivo. Siempre se nos indica que serán dos preguntas o diez segundos nada más. Cuando vamos por los cinco minutos o la décima pregunta, surge una interrogante (¿falta mucho, señorita?). Es igual, debemos seguir colaborando con la sufrida o sufrido entrevistador. No debemos desfallecer, ¡es para mejorar!. Ayer lunes, sólo recibí cinco llamadas de estas. Al acostarme pude sentirme mejor que el día anterior, pues entre las cosas hechas en el día, una era especialmente importante: ¡me había garantizado mi futuro!. La compañía de seguros, no me volverá a poner pega alguna; el banco me concederá créditos blandos a muy bajo interés; el centro comercial sorteará varios vehículos, y uno ¡seguro! me tocará a mí; la agencia de viajes habitual me garantizará sol permanente, pero sin calor sofocante, en mi próximo viaje vacacional y tras la última encuesta, la política será cosa llevada por gente buena, cuyo único norte será llevar la felicidad y las facilidades a todos los ciudadanos. ¡Joder!, como para no dormir bien.
Otra llamada que puede darte el día, es aquella en la que un conocido, él se dice amigo, te hace un sutil interrogatorio sobre un tercero, también conocido. En ella sólo se pretende conocer tu opinión sobre el parecer o posicionamiento de aquél. Sin importancia, no compromete a nada, ni es para nada en concreto. Cuando te quieres dar cuenta al fulano no le queda pellejo en el cuerpo, incluso sería mejor apartarle del trabajo o la cuadrilla de “amigos”. Es esta una “buena” conversación, pues siempre sacas algo constructivo: Ya sabes lo que hacen contigo a través de otra línea telefónica. Eso sí, siempre con un interlocutor común. El que a ti te ha llamado, “tu mejor amigo”.
Otras llamadas, las vamos a llamar “simpáticas”, son aquellas que te recuerdan que debes algo, cual es el día de pago, te señalan compromisos o te pegan un “sablazo”. También son “simpáticas” las que te indican que a pesar de haber quedado para arreglarte la lavadora o el calentador, no va a ser posible hacerlo en el día de hoy. Los avisos y los problemas han sido muchos y no podremos ir hasta mañana. Estas últimas son muy interesantes, pues te obligan a usar el intelecto. Cómo bañarse con agua fría sin que lo note tu cuerpo, o no bañarte sin que lo note el vecino. Además, tampoco es tan malo rebuscar en los armarios para encontrar ropa de otra época, antes que lavar a mano. Ni sabemos, ni tenemos el jabón adecuado, ni la tabla aquella que usaban nuestras abuelas, ni ¡qué leche! maldita la gana. Así que a lucir aquella blusa o camisa de hace varias temporadas. Pensando en positivo, lo mismo con nuestra aportación tan “original”, tenemos intervención en el devenir de la moda.
Nos queda, por lo menos, otro tipo de llamada: la deseada. Es aquella que esperamos siempre, la que nos acerca a lo que amamos. De estas también hay, sobre todo para los enamorados. Por cierto, mientras los que las hacen y las reciben, la disfrutan, el resto pena por el tiempo que no suena la que cada uno desea. Yo hoy he recibido una, de las buenas. Sólo la voz que la acompaña ya merece la pena. Pero vale mucho más, vale la sorpresa de la espera. La esperas y la deseas. Una amiga que dice que quiere verte ¡ahí es nada!, cuando tantos se escaquean. Hace tiempo que no la veo y es por ello que más cerca la adivinas con intenciones tan buenas. Me ha propuesto reunirnos a una cena, con otros amigos ciertos, sin que exista otra reserva. Colma de dicha el momento al saber que hay amigos, de los buenos, que disfrutan encontrando un momento para verse, para decirse, solo con las miradas, que ha merecido la pena el vivir ese momento. Si añadimos el compartir más momentos alrededor de una mesa, recordando que juntos hicimos cosas, que juntos podría seguirse si el destino lo quisiera. Cada uno espera una llamada. Esta de hoy, es la buena.
¡Ah!, se me olvidaba, es “mi cruz” quien me ha llamado. Con esta Cruz, el teléfono, y yo, hemos ganado.