Convengamos que, en el mundo, existen muchas profesiones arriesgadas, nada es más cierto; pero ninguna lleva implícita la carga de emotividad, creatividad y riesgo como la de ser torero, de ahí, la grandeza que siempre anteponemos a esta bendita profesión. Pensemos que, el hecho de ser torero, visto fríamente, es algo inaudito y sobrecogedor; se trata de un artista que, en la creatividad de su arte, está en juego su vida, algo grandioso y enigmático. Sencillamente, por su propia grandeza, son muchos los llamados y pocos los elegidos.
El artista torero, para llevar a cabo su profesión, carece de todo ensayo; como tampoco existe una segunda oportunidad, un volver a empezar; o se hace bien en el instante o, todo queda diluido en la nada. Un torero, que duda cabe, puede entrenar en sus ratos libres y, de hecho, así lo hacen pero, ¿sirve de algo ese entrenamiento cuando estás, de verdad, frente a la cara del toro? Me temo que no sirve para nada, salvo para mantener el cuerpo ágil, pero para muy poco más. El artista del toreo, sólo se puede comparar al actor de teatro puesto que, no existe una segunda vez y, en la primera, al actuar, hay que hacerlo bien; siempre, respecto al torero que, además de no poder rectificar, se está jugando la vida. El actor, lógicamente, de forma previa, ha ensayado el guión, por tanto, conoce al personaje que tiene que interpretar; en el toreo, los artistas, como tales, no tienen ventaja alguna y, para colmo, su vida, pende de un hilo, ¿cabe mayor grandeza?
Siendo así, los que por sistema denostan a la profesión de torero, sin lugar a dudas, cometen un acto de extrema irresponsabilidad. La profesión, lo que nosotros entendemos como un arte, algunos, lo podrán ver de forma diferente pero, negarle el pan y la sal a una profesión tan digna y encomiable, me parece un acto vandálico. No existe, como antes decía, ninguna profesión en el mundo más arriesgada; hasta los artistas de circo tienen la oportunidad de poder entrenar y ensayar sus números que, algunos, con más o menos ensayos e inversión temporal, lograrán la perfección que ellos siempre buscan. Pero, el torero, ¿Cómo puede ensayar? De ningún modo. Es más, si lo pudieran hacer, tampoco serviría para nada puesto que, cada tarde, cada toro, cada plaza, todo es distinto, único e irrepetible.
Tras leer todo esto, con toda seguridad, no faltará quién nos tachará de intransigentes porque, a priori, podría parecer un contra sentido que, valoremos en grado sumo la grandeza de ser torero y, a su vez, no transijamos ante las prebendas que los taurinos nos quieren ofrecer. El tema, obviamente, está clarísimo. Precisamente por eso, por conocer la grandeza que emana la bendita profesión de torero, queremos que, la misma, sea siempre grande, única, mágica e indescifrable. De este modo, cuando hablemos de un torero, con todas las de la ley, lo haremos con el respeto, admiración y pasión, si se me permite, el encanto propio que esta profesión desencadena.
Por estas y mil razones más, los aficionados, ante la grandeza de lo que supone esta profesión, sufrimos con callada resignación cuando, de vez en cuando, algún gracioso se adentra en este menester y, algunos, hasta tocados con la varita de la suerte, son capaces de medrar, precisamente, en la profesión más difícil del mundo. Claro que, el tiempo, en su medida, les va dejando en el sitio que les corresponde; algunos, hasta han ganado dinero con su oficio, pero luego, es el tiempo el que da y quita razones dejando, en su lugar a los intrusos por la causa del arte.