Ayer, 7 de enero, tuve la dicha de tener mi regalo de reyes con la visita a mi casa de este amigo que, como digo en el enunciado de este trabajo, atiende por Victoriano Guillem Vicedo. Esa visita, como tal, podría ser una más de las miles que, a diario, se producen en nuestro país pero, para mí, este encuentro, resultó mucho más que una simple charla o conversación con el amigo querido.
Cuarenta años han pasado desde que nos conocimos. Ocho lustros de cariño que, por circunstancias, no han podido fraguar como ambos hubiéramos querido pero que, en nuestras almas, anidaba ese sentimiento inmaculado, el cual, en nuestros encuentros, suelo percibir. Y, en esta ocasión, Victoriano, quiso abrir su corazón como nunca antes lo había hecho. En este encuentro memorable, pudimos hablar de lo divino y de lo humano; más de lo divino, por razones obvias, claro está. Este amigo ha pasado por trances amargos y, al final, sabe que su vida está en manos de Dios, como la tenemos todos, aunque no lo queramos reconocer.
Si, como explico, los abrazos que nos damos cada vez que nos encontramos nos reconfortan, en esta ocasión en que, Victoriano, desnudó su alma para mi, ello, logró emocionarme. Su presencia y esencia, una vez más, vinieron a demostrar que yo no estaba equivocado en mis predicciones al respecto de este hombre. Recuerdo que, en una ocasión, al presentarle a un tercero a este hombre, dije las siguientes palabras: “Aquí, Victoriano Guillem Vicedo, un amigo querido que, sin lugar a dudas, ostenta el mejor título que pueda enarbolar un ser humano; es, una buena persona y, todo lo demás, lo tiene por añadidura”
Como diría el poeta, lo mejor de uno mismo – y en mi caso mucho más- son siempre los demás. Y nada es más cierto. Tener como amigo a Victoriano Guillem Vicedo es un lujo que nos lo permitimos un reducido grupo de mortales. Este hombre, con sus acciones en su paso por la vida, sin entrar en valoraciones ni detalles, es un ejemplo a seguir. Jamás me perdonaría él que expusiera sus bellas confesiones; las que él me hizo pero que yo, naturalmente, conocía por completo. Por estas y muchas cosas más, su presencia y sus confesiones, me dieron la medida de su extremado cariño hacia mi persona y, como tal, así le tengo desde el primer día que nos conocimos.
Nos unió, en este bello cariño, como no podía ser de otro modo, nuestra pasión y afición por la música; Victoriano es un gran intérprete y, su bombardino, habla por su corazón. Este año se cumplirán cincuenta años como intérprete en su banda y, este tiempo, da la media de su valía como músico instrumentista. Por ello, conversar con Victoriano de música, es algo bellísimo; pero sabe de todo; cualquier rama de la cultura puede ser abordada por este hombre que, curtido en los avatares de la vida, un día ya muy lejano lo dejó todo en manos de Dios y, todo lo demás, lo ha entendido como hermosa añadidura. Pocos como Victoriano son capaces de darle, a la amistad, esta lectura honda y mágica; incluso, sus desengaños, jamás le han apeado de sus propias convicciones que, en definitiva, no son otras que, seguir creyendo en la sociedad porque, como él confiesa, siempre encuentras un buen amigo que te reconforta y te hace olvidar todos los males. Yo le secundo y, con su permiso, hago mía esta frase, nada más hermoso.
Victoriano es, ahora mismo, un padre admirable; pero lo es mucho más en su condición de hijo puesto que, su madre, viejita, a diario, sigue recibiendo el calor y el cariño de un hijo que, la sociedad, como tal, debería de tomar la debida nota, precisamente en toda esa jauría que siguen creyendo que los padres molestan. Cualquiera, allí donde nos lean, a tenor de los expuesto, podrían pensar que Victoriano Guillem Vicedo es un ser de otra galaxia; totalmente incierto. Victoriano vive en el mundo aunque, ocurre que, sus lógicas acciones, en un mundo tan distante como el que hemos forjado, aquellas, nos suenan a bendición. Hace cincuenta años, Victoriano sería el paradigma del estereotipo de lo que debería ser un hombre auténtico. Hoy, su modo de vida y comportamiento, alcanza rangos memorables porque, conforme está montada la sociedad en que, nada tiene sentido y, mucho menos el núcleo familiar, cuando vemos a Victoriano y a quienes actúan como él, no cabe otra opción que, admirarles por completo. Su madre le dio la vida y, ahora, cincuenta años más tarde, él, consagra su vida en aras de la persona que le dio el ser. ¿Cabe mayor grandeza?
Es, como digo, totalmente reconfortante pensar que, la sociedad actual, todavía tiene gentes tan válidas como Victoriano Guillem Vicedo que, de su forma de vida, sin pretenderlo, dan una perfecta lección a la sociedad en que viven. Yo, ufanamente, me siento dichoso de contarme entre los suyos, de ahí, el motivo de estas letras que, no son otra cosa que, un homenaje de cariño hacia un ser singular y admirable. Desdichadamente, ahora mismo, la cruel sociedad en que vivimos, suele entronar a personajes totalmente desdeñables en otros tiempos. Por mi parte, y seguro que tengo imitadores, quiero quedarme con personas con el talante humano de este señor de la vida que, su mayor virtud ha sido y lo seguirá siendo en el mundo precisamente ésa, ser todo un señor. Para ti, amigo Victoriano, como diría Facundo Cabral, deja que te diga señor sin que tengas que agradecerme el homenaje.