Quienes amamos el más puro romanticismo en el toreo, es decir, soñar, pensar que puedan quedar hombres capaces de rendir culto a sus emociones olvidándose del vil metal y, además de ello, dichas expresiones artísticas, que las mismas tengan lugar frente a un toro bravo jugándose la vida, eso es el colmo de la dicha.

El irrepetible Rodolfo Rodríguez El Pana

La especie, como sabemos, apenas existe. Quedan algunos, porque siempre habrá hombres que reivindicarán el arte antes que el dinero y, dentro de ese reducido grupo, como abanderado actual, tenemos a Rodolfo Rodríguez El Pana, ese mexicano singular y único que ha regresado a la Madre Patria con la ilusión de siempre.

El Pana es una bocanada de aire fresco para el alma; cansados todos como hemos quedado tras la brutal feria de San Isidro, una feria en la que antaño daba y quitaba, en esta ocasión, ha sido como en los últimos años; suerte que tengas que el saber poco te vale.

Por ello, sabedores de las injusticias que se derivan en el toreo, pensar en El Pana es como aferrarse uno a la eterna juventud, a los sueños, a la creatividad, a la magia constante; un hombre que jamás defraudará, un torero que ya está por encima del bien y del mal; un hombre al que ya no le afectan ni las injusticias; si en toda la temporada es capaz de sumar tres festejos, con ello le basta y le sobra para ser feliz, tan dichoso como los que hemos tenido la suerte de verle para admirarle.

El Pana con un grupo de amigos en España

Un torero empieza a ser diferente y único cuando dentro de su ser no viven las cifras, no se altera cuando ve las injusticias puesto que, contra ellas, El Pana fue vacunado hace ya muchísimos años. ¿Qué queda entonces? El romanticismo del que antes hablaba; queda la magia del creador dispuesto a enseñarla cada vez que un toro se lo permita.

Rodolfo Rodríguez El Pana embrujó el pasado domingo en Mauguio, Francia; desde allí, como no podía ser de otro modo, nos han llegado los ecos más bellos de su creatividad. Pero nada nos asombra porque, para nuestra dicha, conocemos a El Pana, sabemos de sus inquietudes, de sus anhelos, de su bohomonía constante, de su arte a raudales; ese arte que rociado de magia produce más escalofríos que el valor del más grande de los toreros.

Con El Pana jamás habrá desencanto alguno; sí, porque todos soñamos junto a él; todos los que le hemos conocido para, irremediablemente, amarle como ser humano. No quedan tipos de su estirpe. Cuando el individuo, en la faceta que fuere, se muere por acumular fortunas de toda índole, El Pana es un hombre tan ligero de equipaje que, como fortuna más grande, es su sarape el que luce sobre sus hombros en las tardes de corrida.

¿Qué se puede esperar de un hombre que solo ambiciona crear arte? ¡Todo, absolutamente todo! De forma muy especial, que aflore su magia, la que nos permite soñar y olvidarnos de tantas injusticias como denunciamos a diario; un soplo de aire fresco es El Pana, como torero y como hombre. Bien hallado sea, maestro.

Fotos: Agnés Peronnet y Muriel Feiner