El denominador común de la corrida de Miura lidiada ayer en Madrid, lamentablemente, fue la falta de fuerzas, defecto que empaña y emborrona cualquier clase de lidia. Si el toro no enseña el peligro que tiene, eso puede valer en cualquier ganadería; pero nunca en la de Miura. No es menos cierto que, pese a esa falta de fuerzas aludida, dos de los Miura parece que los crió Juan Pedro por la dulzura que tenían en sus embestidas.
Cuarto y sexto, dos toros de dulces embestidas tuvieron dos lidias muy diferentes. Mientras Rafaelillo, con el cuarto, su segundo, llevó a cabo una faena muy emotiva; faena que, de no haber pinchado le hubiera valido el premio de una oreja con mucha fuerza, es decir, un triunfo de ley. Allí se rompió Rafaelillo con la sinceridad que le caracteriza, con esa nobleza de corazón cuando un torero es capaz de dar todo lo que tiene. El toro, como digo, un bombón que, de haber tenido un poquito más de fuerza, aquello nadie sabe dónde hubiera rayado. Para que no faltara de nada, el Miura, de pronto, se acordó de dónde había nacido y le tiró un gañafón que le destrozó el traje. Una pena que Rafael Rubio hubiera fallado con la espada porque el triunfo que se le escapó le hubiera dado muy buenos frutos; era Madrid, un toro de Miura y un torero valiente a carta cabal.
Rafaelillo en un desplante torero, que es como estuvo en toda la faena
El sexto de la tarde, el otro toro importante de Miura cayó en las manos de Serafín Marín; un bicorne que le ofrecía las embestidas por ambos pitones con una generosidad inusitada; no era su enemigo, era el colaborador que quería enderezar la temporada de Marín, pero éste nunca se lo creyó. Más que de Miura, como digo, por su comportamiento, parecía de Juan Pedro, lo que confundió al diestro catalán que, para su desdicha, no encontró el rumbo con el citado animal.
Javier Castaño pechó con el peor lote; dos toros muy pegajosos que, la falta de fuerzas antes aludida eran un plus más de discordia para que no hubiera entendimiento entre toro y torero. No pasó nada y Castaño se marchó por donde había venido.
El triunfo de Miura no fue otro que su propia leyenda por aquello de abarrotar la plaza en la última tarde de la feria, todo un éxito. Para mayor dicha, como digo, hasta me atrevo a decir que el cincuenta por ciento de los toros valieron para el éxito de sus lidiadores, no en vano, el primer enemigo de Serafín Marín también atisbó momentos importantes.
No hubo orejas, pero sí toros que permitieron a los matadores esbozar el toreo que siempre han soñado. La vuelta al ruedo de Rafaelillo resultó ser todo un poema; no cortó las orejas, pero esa vuelta al ruedo con los aficionados aclamándole, resultó ser uno de los éxitos más grandes de su carrera; era Madrid y lo que sucede en dicho ruedo no es comparable con nada ni con nadie, pese a todo.