Ayer si salieron en Madrid los auténticos bombones, en esta ocasión eran de Juan Pedro y les puedo asegurar que no estaban envenenados; eran, como digo, verdaderos bombones de Nestlé. Se derretían en la boca, dicho en metáfora, porque era con la muleta cuando propiciaron a sus lidiadores el dulce sabor que produce el disfrute de torear frente a un toro sin peligro. Es cierto que, lo que perdimos de emoción, lo ganamos en calidad, tampoco es mala cosa.
Está claro que este tipo de toros son siempre para los mismos y, menos mal que en esta ocasión, sus lidiadores estuvieron casi a la altura de las circunstancias. Y digo casi porque nadie entiende cómo y de qué manera acude Finito de Córdoba a Madrid que, ni con una cabra puede ya el hombre; tira líneas, quiere, lo intenta, pero estaría mejor junto al sol, ¿verdad? Seguro que me ha entendido todo el mundo.
Claro que, en las cuestiones empresariales nadie dice que tengas que ser Paco Camino o José Tomás para que te incluyan en los carteles de lujo, con tener un apoderado como Simón Casas, todo solucionado; es el caso de Finito que, como telonero, les viene a todos que ni pintado; nadie protestará, de sus compañeros, verle abriendo cartel, todo lo contrario; todos se sienten dichosos de que el de Córdoba jamás les aguará la fiesta.
Iba feliz en la vuelta al ruedo... y eso que falló a espadas un triunfo mayor
Alejandro Talavante estuvo creativo, genial muchas veces, sorprendió siempre y disfrutó como nunca. No era para menos. Se le notaba en la cara el semblante feliz al comprobar que tenía enfrente a unos colaboradores de lujo; auténticos “amigos” que le permitirían lo inimaginable. No defraudó. Hubiera sido para matarlo. Talavante le puso luz a un espectáculo que, como se supo, conquistó a la mayoría. Falló con la espada, pero aquello era de triunfo grande.
¿Faltó algo además del fallo con la espada? En honor a la verdad, que los toros hubieran tenido la emoción del toro auténtico; pero convengamos que se lidiaron los bombones de Juan Pedro, tampoco podemos pedirles más; si a esa bravura y docilidad le hubiésemos añadido el peligro de un toro, ya podía retirarse Victorino Martín, pero no es el caso para dicha del ganadero de Galapagar.
La voluntad de Daniel Luque, auspiciada por un apoderado de lujo, poderoso como nadie en los despachos, permite a este chico torear por todas las plazas del mundo. Es uno más, pero único en su género; es decir, único para ser apoderado por Simón Casas, de ahí la inclusión de dicho diestro en todos los carteles del mundo. Su actuación en Madrid, con oreja incluida, dejó mucho que desear, pese a todo lo que dio que, sin duda, era el todo. Nada dejó por hacer; Madrid le sonaba como que era un pueblo de los muchos en los que él actúa, pero la gente estaba con él. Pese a que la estocada hiciera guardia y necesitara de dos descabellos, la oreja fue a sus manos. ¿Justa? La pidió la gente. Pero para eso está el presidente. Como fuere, Madrid queda devaluado por completo en lo que a la concesión de trofeos se refiere. Ya cuesta mucho trabajo discernir qué orejas son de peso y cuántas de regalo.
La gente se divirtió; la peor, como la de ayer, pese a todo, ya las firmaríamos. Juan Pedro endulzó a los toreros en Madrid y éstos, a los aficionados. ¡Vengan bombones, pues.
Foto: Muriel Feiner