Poco hay que pensar, un aficionado que sea auténtico quiere como su mejor regalo: UN TORO. Ese ha sido, seguramente, el regalo que todos los aficionados han pedido a los Reyes Magos. Que se lo hayan traído, que se lo traigan o se lo vayan a traer durante el año, ya es otra cosa. Desgraciadamente, los que hacen de Reyes Magos en la Fiesta son los empresarios a petición de los toreros y con la inestimable ayuda de los ganaderos. Convengamos, entonces, que las peticiones de los aficionados carecen de importancia. Al menos hasta hoy.
Carecen de importancia y han carecido de ella, pues han hecho, dicho con toda claridad, lo que les ha dado la gana. Les ha importado, hasta ahora, tres pimientos que quien es el eje donde se sustenta la Fiesta, el toro, haya sido utilizado como el tonto útil para dar rienda suelta al sucedáneo de Fiesta que se nos ha ofrecido con honrosísimas excepciones. Han utilizado al toro para simular un espectáculo que se les ha ido cayendo estrepitosamente y que hoy interesa a muy pocos. Pocos tal como está y reversible si vuelve el toro de verdad. El mejor regalo que se nos puede ofrecer.
Y en esas estamos. Después, los toreros, aquellos que se encuentren con ganas y capacitados para enfrentarse a ellos, alumbrarían de nuevo una Fiesta hermosa y sin igual. Una Fiesta auténtica. Posiblemente, y en su plenitud, la más auténtica de cuantas se celebran en el mundo. Un juego con la vida y la muerte, transformado en una expresión artística llena de imaginación y sensibilidad, donde el color se mezcla con la luz y la inspiración da formas de incomparable belleza. Tras de todo, está el riesgo de no hacer lo adecuado a cada instante de la lidia. Un toro, en su inimaginable comportamiento, será el árbitro de tan desigual pelea. Bella e íntegra pelea si se ejecuta con el toro de verdad.
Los aficionados saben escoger sus regalos. A pesar de todo, todavía distinguen un toro íntegro de una mala imitación, del mismo modo que saben valorar el toreo auténtico de aquel otro que solo es aprovechar las embestidas del burel con poca o nula exposición. Lo saben, y por eso quieren que les llegue ese regalo, -además tan necesario para hacer resurgir la Fiesta- del toro en plenitud. Con él la Fiesta estará en el buen camino. Sin él, seguirá deslizándose por la cuesta abajo.
La Fiesta necesita aficionados que tengan gustos arraigados en la esencia de la misma, el toro. No precisa de públicos de paso o turistas de ocasión; menos exigentes, pero más volátiles. Las plazas solo se volverán a llenar si el espectáculo que se anuncia, y que se da, es el verdadero de la Fiesta de Los Toros. Para ver torear a toros desmochados o novillos y erales, bastaría con acudir a festivales bien anunciados donde solo se pretenda saborear las raciones de arte que el toreo reporta. Pero para eso no hacen falta toreros del escalafón, nos basta y preferimos a maestros veteranos como nos dice nuestro compañero J. Mª Vivas en un artículo reciente. Puestos a escoger, ya que se desprecia el toro en su integridad, festivales por doquier y maestros que sepan torear. Toda una revolución.
Si no va a salir el toro, esa es la solución para todas las ferias. Los días que se anuncien las corridas de verdad, las conocidas por todos los aficionados, y el resto de los días festivales con los principales maestros a los que no nos importaría dejar enfrentarse a toros disminuidos en edad, trapío y cornamentas. Una vez aceptada esa premisa del toro, todos preferimos a los viejos maestros. Una nueva forma de preservar la Fiesta, con las ganaderías serias y aquellos toreros que todavía nos regalan arte al torear. Una buena combinación que seguramente, además de deleitarnos artísticamente, no engañaría a nadie y dejaría en evidencia a muchos toreros de relumbrón.
Seguir permitiendo que las corridas anunciadas sean festivales en la práctica, pertenece al pasado. México, Las Ventas y el resto de plazas deben de hacer fuerte su exigencia. Un momento histórico que nos ha tocado vivir. Si esa reflexión no la hacen los taurinos, empresarios, toreros, ganaderos, quienes tienen la obligación de ofrecer un espectáculo digno y en su integridad, los medios deberemos denunciarlo de forma expresa y contundente, así como los aficionados por el derecho que les asiste con el pago de su entrada, exigirlo de forma clara desde sus localidades.
No hay ningún tipo de regalos que valgan. Sólo EL TORO con mayúsculas, devolverá la dignidad a la Fiesta.