S.I.15.- Es el precio a pagar por la gloria. La sangre derramada por los toreros es ese precio que pagan, con frecuencia, para alcanzar, aunque solo sea íntimamente, el orgullo y la gloria de ser torero. A veces pagan, también con la muerte, aunque ésta tiene unos ángeles en las enfermerías que la evitan también con frecuencia.

Jiménez Fortes se echa mano al cuello mientras se levanta

Hoy esa sangre, la de Jiménez Fortes, ha encogido el corazón de los espectadores que habían acudido a Las Ventas. No es fácil digerir, aunque los aficionados lo saben, esas estremecedoras imágenes cuando ves el cuello partido por el pitón y manar sangre a borbotones de un torero. Por cierto, torero cabal.

No es gratuito llamarle torero cabal a este Saúl Jiménez Fortes, su sangre la derrama con demasiada frecuencia el malagueño. El valor que atesora y las ganas que pone cada tarde que se viste de luces nos hace pensar que es una sangre especial. Tan especial como que es el único que lleva sangre de torero total. Padre y madre se la han cedido genéticamente y él la derrama como aquél que considera que le sobra tanta en sus venas toreras.

Protagonista fue el pasado año al ser el tercero y último que visitó la enfermería el infausto día en que hubo de suspenderse el festejo por percance de la terna. Pamplona, Bilbao... saben perfectamente de qué hablamos cuando decimos con qué facilidad va regando con su sangre la arena de cada una de sus plazas. ¿Generosidad se llama eso o es simplemente la torería de sentirse torero de pies a cabeza? No se puede afirmar, pero nadie como él tiene la sangre tan completa de los valores de los hombres, y mujeres, que se visten de luces.

Pero el valor no lo tiene solo para derramar sangre, lo utiliza para mostrar su capacidad torera y hoy ha sido un día en que lo ha mostrado. En sus dos toros se fue a portagayola, intervino en todos los quites posibles, se ajustó cuanto pudo en cada una de sus acciones y por ello ya había cortado una oreja en su primer toro. Decidió en el último de la tarde que bien podía ser apto para cortarle la segunda y abrir la puerta grande que lleva a la gloria, pero el destino le tenía reservada la contribución, otra más, de su sangre.

Esa sangre derramada es mudo testigo de lo que son capaces de hacer los toreros en el enfrentamiento desigual, sí desigual, ante el poder y la fiereza de un toro. Nuestra obligación es contar lo que hacen bien o mal, pero nunca cuestionamos la generosidad para pagar el tributo que corresponde a tan bella y difícil profesión.

Uceda Leal y Diego Silveti ofrecieron caras distintas en la tarde. El madrileño falló hasta en lo que mejor hace, la espada. Un mitin dio con ella y el verduguillo en su segundo y se mostró desconfiado con su lote y con el viento. Su experiencia no sirvió ni para buscar dónde reposaban los papelillos y en su primero se empeñó en ponerse frente a la puerta grande, por donde suele soplar con más fuerza Eolo.

El mexicano hizo el esfuerzo de venir no estando recuperado del todo de su percance en Aguascalientes y se le vio con ganas, por eso vino, pero también con ciertas limitaciones en su deambular. También dio un mitin con la espada y se libró, gracias a su habilidad en hacer la croqueta, de un percance a la hora de la verdad.

Hoy, y todavía con los pelos de punta, hemos escrito desde el respeto que siempre nos merece la sangre derramada de los toreros.

Foto: Muriel Feiner