Cuando Navidad y Reyes deberían ser fiestas entrañables por las celebraciones propias en estas efemérides, resulta que, en estas fechas, ocurre todo lo contrario. Todos nos deseamos paz cuando no la encontramos; todos nos felicitamos sin saber los motivos y, de la absurdez, como en tantos órdenes de la vida, hemos hecho un camino a seguir. Faltaban, claro, los regalos navideños.
Quiero explicar, con detalle, la cuestión de los regalos. Esta historia macabra la inventó El Corte Inglés que, con el apoyo de la televisión, encandiló a las gentes y, millones de personas acuden a esta tienda para comprar los regalos que, en muchas ocasiones no pueden comprar, para regalárselos, por supuesto, a gente que no merece la pena. Siendo así, ¿qué ocurre? Pues ocurre que, un gran almacén como el antes citado, con capacidad de inventiva comercial, ha logrado que las gentes enloquezcan, que vivan como estúpidos para ellos enriquecerse a su costa.
La gente, como se sabe, vive prisionera de esta cuestión; es decir, de los malditos regalos. Y yo me pregunto: ¿Es preciso que sea Navidad para hacerle un regalo a un amigo querido? ¿No puedo regalar cuando a mi me de la gana? ¿Hay que regalar esperando la compensación de otro regalo? Todas estas y otras muchas preguntas son las que deberíamos hacernos y, al mismo tiempo, huir, de forma despavorida, de este estereotipo comercial que nos han impuesto.
¿Será posible que, una tienda, en perfecta sincronización con la televisión, haya sido capaz de cambiar las normas y costumbres de una sociedad como la nuestra? Desdichadamente, ante la falta de criterio de la multitud, así ha ocurrido. Antes, cuando no había televisión, ni por supuesto grandes centros comerciales, la gente actuaba con naturalidad y, llegado el caso, regalaba aquello que creía oportuno, sencillamente, porque le salía del alma. Ahora, ya lo estamos viendo; de forma lamentable, la gente obsequia o regala pero, esperando siempre el intercambio. De este modo, ¿puede alguien pensar que, en cualquier regalo, haya un mínimo de sentimiento? Seguro que no. Yo haría un regalo, - lo suelo hacer- porque así me lo demanda el corazón y, por supuesto, sin esperar nada a cambio. Convengamos que, el hecho de regalar cualquier presente, no es otra cosa que, exteriorizar un sentimiento de amistad, de amor, de cariño, de ternura o de aprecio; pero sin leyes fundamentadas que te obliguen a devolver aquello que te han dado. ¿Qué sentido tiene gastarte un dinero esperando comprobar que, lo que van a regalarte, es de menor o mayor cuantía que lo que tú has regalado? Lamentablemente, así ocurre todos los días y, la gente, desdichadamente, no llega a enterarse que, las fiestas y celebraciones, no son otra cosa que un invento comercial para que, todos, sin distinción, entremos al “trapo” de lo que ellos denominan las fiestas “entrañables” a las que hay que celebrar con regalos.
Concienciémonos de que, cualquier día del año, por afectos hacia nuestros semejantes, puede ser Navidad o Reyes; día del padre o de la madre; siempre, como digo, cuando nos lo demande el corazón, pero jamás cuando nos lo impongan. ¿Será que todos tenemos alma de robot y nos manejan al antojo que otros quieren? Pensemos, aunque sea por un momento que, tenemos un corazón para amar pero, a su vez, un cerebro para pensar, por ello, jamás debemos dejarnos vencer por el corazón, siempre y cuando usemos la razón. Basta ya, digo yo, de que nos impongan unas “leyes” absurdas; pero es mucho peor que, ignorantemente, sigamos el dictado que nos establecen, lo cual viene a demostrar que nos falta criterio, rigor y, ante todo, sabiduría.