El Fandi es el torero español que más ha toreado en las últimas temporadas españolas aunque pocas en las de primera o segunda categoría, para nadie es un secreto que es el mero mero de las plazas de tercera.

Quizá por eso se sentía fuera de cacho durante su actuación en la octava corrida del serial de la plaza México. David Fandila, el famoso Fandi, tenía varias temporadas sin venir al coso capitalino, tal vez recordaba que alguna vez hubo seriedad; sin embargo, se sintió a gusto cuando asimiló que son de cachondeo los premios concedidos en la plaza más grande del mundo. Fandila se sintió a su aire porque estaba en una plaza de tercera categoría y entonces se hizo el amo.

Decidió regalar un toro mientras lidiaba al sexto de la tarde. Al juez no le pidió permiso, sólo le avisó y ordenó que le prepararan todo. Rápidamente en el callejón se activaron las autoridades, como si fuera su obligación, para complacer al andaluz, no se fuera a enojar, la empresa y la gente del torero se pusieron de acuerdo.

El público, para no ser menos, se comportó como corresponde a una plaza de tercera. En ese toro de obsequio jaleaban todo, incluyendo trapazos, que los hubo; asimismo, vítores festivos al torito, más bien parecían porras que gritos taurinos a un buen toro. El astado embestía bobamente, sin emotividad, con nobleza le dicen algunos; el coleta hispano agregó unos rodillazos, la petición de indulto fructificó y el juez perdonó al torito. Otro insulto concedido.

La octava

Como se trata de una plaza de tercera, al juez Chucho Morales poco le importó el comportamiento del cornúpeta, no afectó que la salida de toriles no fuera la de un toro bravo, que prácticamente no haya existido la suerte de picar, que el torete embistiera con la cara alta, soseando. La infamia se consumó, el juez sacó el pañuelo blanco por segunda vez en la temporada.

Jesús Morales, quien ocupó el palco, fue subalterno durante muchos años, estuvo en la cuadrilla de Manolo Martínez y de prestigiados matadores, desde luego que sabe de toros; entonces, ¿por qué se porta tan manga ancha?

Es evidente que quien manda en la plaza México y toma las decisiones es el empresario, él es el amo y señor del inmueble ubicado en la calle Augusto Rodin No. 241. Los jueces, asesores y veterinarios sólo están de trámite, quesque para cumplir con el reglamento, porque nadie mueve un dedo sin la voluntad de la empresa.

Por eso nunca se rechaza un toro en la recepción, porque la propia empresa autoriza lo que compró, el juez y el veterinario sólo firman de trámite. Si la protesta se pone fuerte cuando algún astado sale a la arena, entonces lo devuelven pero como el público no sabe defender sus intereses, no pasa nada. Las pocas veces que un toro ha sido cambiado, fue porque el empresario lo autorizó. Los jueces no toman decisiones.

Con respecto a la concesión de orejas, deben tener órdenes de soltar los premios aunque la petición sea mínima, con la premisa que es mejor pasarse de orejas a que deje de concederse alguna. Ahí la explicación de los pañuelos asomando tan rápido.

Regresando a la corrida del pasado domingo, ésta terminó como en una plaza de trancas, con hartos premios y salidas de hombros. Todo inmerecido, con desfachatez indignante. El Zapata que, con buena voluntad, hubiera recibido una oreja, no las dos; El Fandi que sólo pegó pases sin ton ni son en una faena sin estructura, sin pies ni cabeza y José Ma. Arturo Huerta un ganadero que en lugar de esconderse en su palco avergonzado por lo escaso de trapío del encierro que mandó, se sumó a pachanga.

Otra parodia, otro insulto en La México.