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Antolín Castro  
  España [ 29/08/2000 ]  
EL SUBMARINO

Algo misterioso ha rodeado siempre todo lo relacionado con los submarinos. Desde que Julio Verne y su imaginación nos transportaran a mundos imaginarios, en aquella época y momento, no ha faltado motivo para hacer de los sueños una hermosa realidad. Del mundo del fondo del mar, nos hemos hecho muchas ideas, no hemos dejado de soñar con esas aguas llenas de fantasía, peces de colores y plantas exóticas. Después llegó Isaac Peral y su invento, y lo que fue simplemente un sueño, comenzó a caminar, a navegar, hacia una realidad.

Pocos son los privilegiados que han tenido la oportunidad de visitar el fondo marino, donde todo es relajo y su contemplación mueve a la poesía, a la literatura. Los más, nos conformamos con hacer volar la imaginación y, desde que existe la televisión, tener la oportunidad de presenciar esos reportajes fantásticos que, fundamentalmente, nos mostró el Dr. Cousteau.

Pero existe otro modo de observar el fondo del mar, sin prestar atención a la naturaleza, sin valorar la ecología, su fauna y su flora. Esa es la utilización que a través de los años han venido haciendo las fuerzas de marina de los distintos ejércitos del mundo. El mar al servicio del mal. Este podría ser un título de película que, sin dudar, alcanzaría en estas fechas gran éxito de taquilla.

Los ejércitos han utilizado, de siempre, este medio acuático para fraguar en él, para deslizar en él, para ocultar en él, todo tipo de armamento. Las más y mejores armas nucleares son paseadas, escondidas, bajo las aguas del mar. A bordo de sumergibles, en nada parecidos al de Peral. Aprovechan la oscuridad, lo tenebroso y más oculto del fondo del mar para pasear, probar y experimentar con los adelantos armamentísticos, tan sofisticados como las mentes que los proyectan y diseñan.

Pero en casi todo mal siempre está la mano del hombre. Es el hombre el conduce los adelantos que nos llevarán a la muerte, que llevarán a la muerte a tantos y tantos seres vivos que, en este caso, pueblan los mares. Para conducir estas naves sin velas, se precisan docenas de hombres que pueblen el vientre de estas ballenas de acero, que como sus homónimas del reino de los mares, hacen incursiones en superficie, que tal parece que es para dar testimonio de su envergadura y poderío. Poderío efímero, pues ha de durar tanto como el consiguiente fallo humano le permita. Cuando los materiales que maneja el hombre son lesivos, los fallos humanos se convierten en el mismo mal. Poderío efímero, poderío letal.

Hoy, cuando escribimos estas líneas, abajo en las profundidades del mar, dentro de un ataúd de metal, quedan los cuerpos sin vida de más de un centenar de marinos rusos. Pagan con su vida la osadía de unos superiores que cada vez les obligaban a más. Que anteponen sus intereses militares a la vida de sus gentes. Muchos de ellos, realizando el servicio militar, jóvenes cuyo sueño máximo era ver unos peces de colores, pero dentro de una pecera en un rincón de sus humildes hogares.

Da grima pensar que, anteponiendo no se sabe bien que secretismos, hayan podido dejar a su suerte a tantos hombres, que han pagado con sus vidas una fidelidad mal entendida. Un puñado de rublos, ochenta mil pesetas al cambio, esperan a las familias de los abnegados marinos. Todo un pago. Aunque el verdadero pago, la traición a los intereses de una ciudadanía, es aquel que dedica los millones de dólares, que no abundan, a fomentar solamente las armas y los secretos, ¡qué secretos en el mundo de las comunicaciones y de internet del siglo XXI!. A fomentar el mal, sólo el mal. De tanto ejercer el mal, se les olvidó a las autoridades rusas hacer el bien.

Bien hubieran hecho aceptando la ayuda que prontamente les ofrecieron paises amigos. Digo bien, pues amigo es quien se presta siempre a ayudar. Tarde, muy tarde, decidieron que les echaran una mano. Noruegos y británicos, bajaron en ayuda de quien más pudieran necesitarles, bajaron al infierno de metal, lo llamamos submarino, cuando en la superficie deberían, en nombre de la humanidad, haber echado una mano al cuello de los responsables de esa tragedia absurda y estúpida. Respeta el mar y te respetará a ti. Por todo esto, que no es la primera ni, por desgracia, será la última vez que suceda, el submarino, a partir de ahora le llamaremos: EL SUBMALIGNO.  

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