Todas las crisis, vengan de donde vengan, provocan incertidumbre, miedos, peligros, nervios… y también generan una catarata de críticas de todo tipo, desde las constructivas a las oportunistas. La crisis del ébola no podía ser menos.
Es tan difícil la gestión de la propia crisis como la de las opiniones externas. Se gestionan desde la angustia, desde las prisas, y todos, digo todos, arriman el ascua a su sardina. Así lo estamos viviendo en estos dramáticos días.
En esa carrera por controlar lo que sucede y también en intentar criticar todo lo que no se hace bien o no nos parece que se esté haciendo bien, surgen nuevos errores, nuevas quejas, nuevas críticas. Tanto es así que eso se sucede sin solución de continuidad. Cada cual cumple su papel, trágico papel, pues los intereses son diferentes en todas las direcciones.
Entre medias, nadie pone sensatez, nadie aplica coherencia, nadie quiere bajarse de su opinión y criterio que, casualmente, siempre es contrario al de los demás. Y en esa vorágine, se crea un caos en el que participan, participamos, todos.
Crisis individuales hay todos los días, todos los días alguien está en peligro de muerte, todos los días hay familiares preocupados, todos los días hay abogados que tienen que acertar con su exposición para sacar adelante a sus defendidos, todos los días nos enfrentamos a pequeñas o grandes crisis. Sufrimos esos momentos, con nuestras angustias, pero no existe presión externa que condicione cada una de las actuaciones. Aquí es distinto siendo igual.
Todos, con autoridad o sin ella, opinamos, sacamos conclusiones, nos aventuramos a juzgar a cuantos intervienen, desde el principal protagonista hasta el último implicado, en la crisis que en este caso es mediática. Juzgamos desde la ignorancia unos, desde el oportunismo otros, desde la desesperación o la venganza otros cuantos, se afilan los cuchillos de tal manera que la crisis deja de serlo para convertirse en un auténtico problema de salud ciudadana.
Cómo es posible que todos opinemos sobre todo sin ser parte activa en ese caso. Eso es lo que tiene lo mediático, da lo mismo un caso de infección sanitaria que otro de ‘infección’ de una tonadillera o personaje de la farándula. Se vierten comentarios en todas las direcciones que en ningún momento consentiríamos cuando se trata de un asunto que nos afecte personalmente. Eso si que para mí es una crisis. La crisis de lo mediático, del río revuelto.
En esta crisis, la del ébola, que es la que ha propiciado estas letras, gobernantes apresurados, políticos interesados, gentes de variada formación y condición, todos nos sentimos autorizados a decir lo que pensamos pero solo unos, los sanitarios que tratan a Teresa Romero, son los que hacen el trabajo que hay que hacer y que deseamos que lo hagan perfecto, y si es con fallos que éstos sean los menos posibles. Así es el diario de todas las actividades de cada uno de nosotros, sin dejar entrar a todo el mundo en los detalles de nuestras vidas y actividad.
Los que tienen que gestionar es de desear que lo hagan con acierto dentro del descontrol que provocan estas situaciones. Descontrol que tiene lógica cuando las cosas pillan de sorpresa, por eso se les llama crisis, por inesperadas, por sorpresivas. Y precisamente cuando hace falta más calma para acertar en las decisiones es cuando más presión se ejerce para que se puedan cometer más errores. Lo saben Casillas y Diego Costa en sus crisis particulares. A más presión menos aciertos.
Queremos a Teresa libre de esa maldita infección y por eso yo desde estas líneas animo a todos a que lo hagan bien, concediendo el margen de confianza necesario a cuantos deben hacer algo para que ese objetivo se cumpla. No siempre se hacen bien las cosas, nos pasa a todos, pero lo importante y necesario es el espíritu que nos anime al acierto. Es el único camino que merece la pena.
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