El domingo en la Plaza México el público se llevó la tarde al reclamar, al exigir, al protestar ante un atraco más de Rafael Herrerías quien tiene secuestrada la fiesta de los toros en México y está acabando con ella en su totalidad.

El público exigió un cambio de empresario como única solución para terminar el cáncer que se vive actualmente en la fiesta en México. La afición no es tonta, ya son años de jugar con ella y de hacer negocios sucios en sociedad con ganaderos que envían animales con apariencia de becerritos; negocios con toreros que piden chivitos para llevarse fácilmente el oro de nuestro país. ¡Ya basta señor Herrerías!

Ahora el empresario pedirá a las autoridades la renuncia del juez Ricardo Balderas quien se atrevió a autorizar un ridículo encierro de Julio Delgado, pero que se puso los pantalones y, ante la exigencia del respetable, devolvió a los corrales cuatro pequeñines haciendo que el español Enrique Ponce no lidiara ni un sólo becerro de su ganadería predilecta. ¿Se imagina usted amigo aficionado el coraje del empresario y del torero?

La fiesta es de toros, que no se le olvide eso señor Herrerías, por eso la gente ha dejado de ir a “su plaza”, porque no hay toros, sólo animales inofensivos que no causan emoción alguna. EL domingo hubo más de media entrada y vea la manera en que usted le paga a la afición que asistió con la esperanza de presenciar una tarde que pudo haber sido clamorosa e inolvidable.

Toros bravos, encastados, con edad, peso, trapío, con sus astas íntegras y desarrolladas los hay en el campo bravo mexicano. Jóvenes empresarios nos lo demuestran en cada una de las ferias que organizan, por qué el Dr. Herrerías sólo se basa en las veinte ganaderías comerciales, las que supuestamente garantizan el triunfo a sus compadres hispanos, pero que en realidad cada vez salen más débiles, mansas, descastadas y con una presencia ridícula.

A la afición no le interesan faenas preciosas a becerros, no quiere ver orejitas regaladas todas las tardes ni supuestos triunfos clamorosos que en realidad dan pena y vergüenza; quiere ver un toro en toda su magnitud y sentir esa sensación de peligro. En resumen, lo que hace grandiosa a esta fiesta.

El público silenciosamente se ha ido retirando de “su plaza”, pero el domingo no soportó más y le recriminó con fuerza al Dr. Rafael Herrerías sus acciones. Muchos callan por necesidad, pero los aficionados ya no lo harán, eso se lo aseguro.