La Fiesta Brava tiene dos puntales indispensables, toro y torero y es que, cuando no hay toro, simplemente; ya puede ser el mejor torero del mundo que, ¡nada podrá hacer!. Los toreros cada día y, cada uno a su manera, muestran que su casta, su raza, su tesón y ganas de triunfo no han mermado con el paso y los cambios que ha sufrido la tauromaquia. Lo grave es que, a nivel mundial (taurinamente hablando, claro) el ganado va perdiendo su calidad. Triste y lamentablemente da lo mismo si vemos una transmisión desde España, México, Ecuador o, casi cualquier otro país taurino alrededor del mundo, en los últimos tiempos; la mayor o menor voluntad de los toreros, se estrella, demasiado a menudo con animales preciosos, de un trapío maravilloso, con una estampa como para un cuadro pero, que de embestir…¡poco o nada! Los porqués se remontan a tiempos muy lejanos ya y son conocidos de todos, lo que apremia hoy, en este momento es; recuperar la casta, la bravura, la codicia, el tranco; en pocas palabras, todo aquello que hace del toro bravo, un ser incomparable. Todos quienes mantenemos algún vínculo que este mundo mágico, sabemos que el miedo, los percances, las cornadas pueden estar presentes en cada corrida, como pueden estarlo; las vueltas al ruedo, las orejas, los triunfos. Y es que, este mundo es mágico justamente, por los dramáticos contrastes de triunfos y tragedias. Ahora que, cuando el percance o la tragedia se hacen presentes cuando un torero enfrenta un animal con cuajo, con casta, con nobleza y codicia; causa angustia por las implicaciones que pueda tener para la salud de los de luces pero, se asume como un componente más de este mundo privilegiado. Pero cuando la tragedia, la sangre y el dolor de los toreros, vienen provocados por la falta de raza, por la mansedumbre ofensiva de los toros, angustia pero; además nos llena de rabia porque, los valientes que nos entregan su sangre, merecen derramarla únicamente ante toros que sean eso; TOROS. Solo la nobleza y casta de un toro bravo debería tener derecho a desangrar a los valientes que; vestidos de seda, plata u oro, nos regalan su coraje, su afición, su amor a esta fiesta, su torería jugándose la vida en la alegre ilusión de tocar la inmortalidad. Los avances genéticos de los últimos años han servido para aplicarlos a las ganaderías de carne y leche. Es hora ya de que esos avances permitan a los ganaderos de lidia, recuperar es casta perdida, esa nobleza picante que, ponía a prueba a los toreros y al hacerlo; ponía a cada cual en su lugar. Y el trámite debe de ser hecho para “ayer”, porque hoy; ya está pareciendo ser tarde. La cabaña brava mundial, salvo excepciones; recuerda a esos muebles antiguos que, se ven preciosos pero que, al tocarlos se desmoronan porque, los ha comido la polilla. La pelota queda ahora mismo en el tejado de los ganaderos que, deberán corregir los errores cometidos hace muchos años y recuperar el eje primordial de la Fiesta Brava, EL TORO BRAVO.
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