En el planeta hay 7.2 mil millones de personas y entre todos esos miles de millones, ¡no existen dos exactamente iguales!. No hace falta ser demasiado inteligente para comprender que, cada vida humana es un milagro. O lo que equivale a decir que, hace falta ser inmensamente torpe, para no valorar cada vida como lo que es, un hecho maravilloso y sorprendente. Es verdad que no todo el mundo tiene la inteligencia para comprender la magnitud del milagro de la existencia humana y hasta podría llegar a entenderse que así sea pero, de ahí, a alegrarse de la muerte de cualquier persona, hay un abismo infranqueable. Alegrarse de la muerte de alguien es una canallada y más canallada es, cuando la alegría se expresa en medios sociales, encubriendo su nula calidad moral y su cobardía, tras un supuesto anonimato que les permite echar toda la porquería que anida en sus almas, creyendo que; nadie sabrá nunca que tan ruines, bajos y abominables son sus pensamientos. Espeluzna pensar que ante el asesinato aleve, un asesinato con visos de ejecución; con un tiro en la nuca, de una política en la ciudad de León, los medios sociales de Internet recibieran muchos mensajes de alegría, de satisfacción por la muerte de la Presidenta Isabel Carrasco. Al leerlos, nos dio la sensación de estar sintiendo el paso baboso y rastrero de una silenciosa serpiente bajo nuestros pies. Y, si es repugnante el hecho de ensalzar a las criminales, más lo es el ofender a quién ya no está en capacidad de defenderse, hacerlo es doblemente canalla, es repulsivo. Todos quienes escriben felicitando a asesinos, alegrándose de la muerte de un ser humano, escudados en el anonimato son unos cobardes; ¡nada más que cobardes! ante la sociedad y ante sí mismos porque, si tuvieran lo que se necesita para vivir la vida de frente y con coraje, darían la cara, escupirían su pobreza interior y la firmarían con nombre y apellido. Escudarse en medios supuestamente anónimos, solo muestra que no son capaces de defender sus puntos de vista, que son tan poca cosa que, ni siquiera tienen la capacidad de mantener su criterio a cara descubierta. El ocultarse demuestra que son escorias sin calidad moral alguna. Todo lo dicho se aplica igualmente, a los que utilizando esos mismos medios, se alegran del sufrimiento y el dolor de hombres que ejercen una profesión, cada día más incomprendida, la de torero. En los últimos días cuatro toreros han sufrido percances muy serios en España y en México, ha muerto un forçado.
También con ellos se han cebado los cobardes de las redes, también se han alegrado del dolor y la sangre derramada, ¡que asco de seres, a los que no nos atrevemos a llamar “gente”! Comprendemos que para muchísima gente, el mundo del toro y su magia; sean incomprensibles, comprenderíamos que les produzca temor, ese temor que todo ser humano tiene ante lo desconocido, pero; lo que ya no es comprensible es que el dolor y el sufrimiento de esos hombres, sea motivo de alegría para nadie. En sus inicios la Fiesta Brava fue una fiesta para ciertos elegidos, luego se masificó y conforme pasan los años, está volviendo a su origen, a ser una fiesta para una élite. ¡Que nadie mal entienda!, no hablamos de una élite económica o social, como pretenden describirla ciertos politiqueros acomplejados si no, de afición taurina porque, cada día somos menos, los aficionados de verdad. El boxeo es un deporte que atrae a millares de personas, personas que (según se ve en la televisión) gozan y se exaltan hasta el frenesí, ante la imagen de dos hombres partiéndose a golpes. No comprendemos ese deporte, no conocemos sobre él y clara y definitivamente reconocemos que no nos gusta pero, si un boxeador muere en el ring o es asesinado, lamentaríamos saber que un ser humano ha perdido la vida. El no comprender su actividad, el no respaldarla; no nos impide ver que es un ser humano y como tal, un milagro único. Vaya desde aquí nuestra solidaridad con los toreros heridos, nuestro pésame a la familia del forçado fallecido en México y nuestra rotunda repulsa a todos esos canallas que no tienen la hombría, no ya de plantarse ante un toro y exponer sus vidas por amor a su arte, si no, de dar la cara como hombres, firmando sus canalladas, poniéndoles nombre y rostro para que todo el mundo sepa, quién se esconden los medios sociales de Internet, para decir las porquerías que dice. Lo dicho, ¡son todos unos CANALLAS!
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