No le demos vueltas al asunto, hay que ir de frente y las cosas como son. Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, y Pedro Gutiérrez Lorenzo El Capea, intentaron tomarnos el pelo vernos la cara a todos los aficionados el domingo pasado en la Plaza México, y saben que señores Capea, no lo lograron, al contrario, nos ofendieron y le faltaron al respeto a una afición que se les entregó desde que les vieron anunciados en la Temporada Grande.
Cómo se atreve El Niño de la Capea a pisotear el cariño y el respeto que, pienso que hasta ese momento, le tenía toda la afición de México, al escoger una becerrada para otorgarle una aparente confirmación de alternativa a su retoño quien vino a tierra azteca en plan de figura.
El joven Capea tuvo la mesa puesta para triunfar. La realidad es que llegó al patio de cuadrillas de la Plaza México sin mérito alguno como para confirmar la alternativa con todas las comodidades que desearía una figura del toreo. No tuvo que derramar ni una sola gota de sudor para estar puesto en un cartel importante, además lidió becerros escogidos e inofensivos de la ganadería de Teófilo Gómez, la que él y su padre pidieron, y la verdad es que ni siquiera pudo con ellos.
En cuanto pisó el ruedo el Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, recibió una de las ovaciones más bellas y más cariñosas que yo recuerde, pero sentí pena al ver como el maestro sucumbía ante pequeños becerritos que le hacían ver sus mermadas facultades. Pedro Gutiérrez Moya nos confirmó que segundas partes no son buenas. En conclusión, no debió volver a vestirse de torero.
Los mexicanos no somos tontos señores Capea. No pretendan vernos la cara. Sí, somos un público que nos entregamos incondicionalmente y le entregamos nuestro cariño a quien se lo merece, no a quien pretende engañarnos, no a quien intenta ablandarnos el corazón con la ternura de ver al padre y el hijo en el ruedo con becerros. Nos interesan y nos llenan los toreros honestos que lidian toros verdaderos.
Los Capea pretendieron vendernos una tarde inolvidable y sentimental, con padre e hijo en el mismo ruedo, el primero una figura, el segundo el aprendiz, pero les falló el teatrito, todo lo convirtieron en algo que la afición va a recordar como ¡el monumental fraude de los Capea!