Antiguamente, desde los inicios de la fiesta, nació una figura emblemática y representativa para los toreros, obviamente, era el apoderado de los diestros. Se trataba, ante todo, de ese hombre romántico en que, sin lugar a dudas, le podía más la vanidad que el propio dinero; digamos que, entrar en la misma habitación que el torero, estar en el callejón de la plaza, viajar en su mismo coche y representar al diestro ante las empresas, ello era la causa fundamental de esta figura, relegando, al mismo dinero, a un segundo término. Luego, si quedaba algo, comíamos; de lo contrario, lo comido por lo servido. Bien es cierto que, si ese muchacho al que apoderabas, caso de Camará con Manolete, se convertía en figura, alabado sea Dios.
Luego, el paso del tiempo y las grandes empresas, poco a poco, fueron minando aquella figura emblemática del apoderado para, actualmente, dejarlo en apenas un loco que quiere descubrir toreros para que, un rato más tarde, la globalización del poder taurino se lo arrebatara de sus manos sin dejarle, ni siquiera, saborear la gloria del éxito. Eduardo Gallo, desdichadamente, es un claro ejemplo de cuanto digo. Unos apoderados independientes le sacaron de la miseria y, cuando las grandes empresas han visto que el muchacho puede funcionar, pronto lo han cazado, dejando, en la cuneta, todo el ramillete de ilusiones que sus descubridores tenían en su alma.
La pena de todo esto es que, el poder empresarial taurino, como en todos los sectores empresariales, lo quieren todo para ellos y, ni las migajas quieren dejar para los demás. ¿Qué más podrá pedir, por ejemplo Chopera, teniendo la gloria de sus plazas y, por ende, su grandiosa empresa? Pues lo quieren todo; empresas, apoderamientos y todo lo que huela a llevarse un euro antes que se lo puede llevar cualquier jornalero que aspire a ser apoderado.
Antiguamente, personas que habían sido matadores de toros o subalternos, veían, con el apoderamiento, una forma de seguir en el mundillo que les alimentó. Ejerció de apoderado Dominguín, Marcial Lalanda, el citado Camará, así como una innumerable lista de hombres que, conocedores de la problemática taurina, se adentraban ilusionados por aquello de descubrir nuevos valores que, llegado el caso, saboreaban la gloria de su vanidad y, en muchos casos, hasta la bendita comisión por aquello de paliar deudas anteriores. Todo eso, durante muchos años, resultó así de bello, de romántico e incluso práctico. Pero todo se ha ido abajo por el ansia del dinero que, como explico, unos pocos, se lo quieren llevar todo y no dejar nada para el resto.
En estos momentos, los que se dedican a este menester del apoderamiento – y de esto sabe más que nadie Antonio Picamills- son conocedores de que, la ingratitud, el desprecio y la misma incomprensión, serán las desdichas que les arroparán en semejante tarea. A Rafael Corbelle y compañía, si les dejan que lleven a un torero será porque éste no tiene fuerza taquillera y, no les queda otro remedio que mendigar; como el torero tenga un mínimo de fuerza comercial, pronto se quedan, “compuestos y sin novia”.
El torero, lamentablemente, sólo piensa en el dinero y, en muchas ocasiones, aquellos que opositan a figuras en un abrir y cerrar de ojos, tras dejar al apoderado que les ha descubierto, más tarde, se han lamentado de lo que ha sido su inmenso error. Y digo error porque, un torero, con su apoderado, es un hombre de carne y hueso con su hatillo de ilusiones a cuestas; el mismo torero, dentro del organigrama de una macro empresa, sólo es un número para ser rentable a la empresa; y si mañana deja de serlo, pronto le dan pasaporte. Y, lo que es más grave y hemos comprobado en demasiadas ocasiones es que, algunos toreros, llevados por las grandes empresas, tras torear cien corridas de toros, apenas les ha quedado para comprarse un coche.
Está claro que, entre la torpeza de los toreros que se dejan manipular por aquello que creen que es su salvación y, a su vez, por el desmesurado afán de las grandes empresas, entre unas cosas y otras, se desperdician muchos toreros que, siendo llevados por el apoderado tradicional, podrían vivir holgadamente de su profesión. Todo es dinero; todo es poder y, como siempre dije, en una fiesta que podría haber dinero para todo el mundo, de forma concreta para aquellos que se juegan la vida, resulta que, las grandes sumas de dinero se la llevan los organizadores que, como queda demostrado, son más listos que los toreros, de otra manera, jamás se podría comprender. Por todo ello, ser apoderado, no deja de ser una figura que acepta un riesgo inútil, en ocasiones, hasta con el riesgo de perder los pocos ahorros que tengan por la satisfacción de descubrir nuevos valores.