En el ámbito taurino, respecto a los toreros, como se demuestra todos los días, tiene cabida todo el mundo. No sólo de artistas podría vivir la fiesta, entre otras razones, porque artistas de verdad, hay muy pocos. Uno, como pueda ser mi caso, tiene sus gustos personales que, a fin de cuentas, se intentan trasmitir pero, siempre, bajo el denominador común del respeto para todo el que sea capaz de jugarse la vida y, a ser posible, cumplir con el primer fundamento del toreo: EL ARTE.
La fiesta taurina es grande por ella misma. La heterogénea que forman sus hombres dentro de los ruedos – y las mujeres, aunque en menor cuantía- da la medida de las verdaderas posibilidades de todo aquello que podemos admirar dentro de un recinto taurino. Los gustos de cada cual son personales e intransferibles y, la mejor definición es que, todos los toreros tienen su público; aficionados o meros espectadores, pero con la aureola necesaria para encandilar a sus adeptos.
Recuerdo que, en una ocasión, al respecto de los toreros, aquel hombre genial de Palma de Mallorca al que tantos quisimos y que se llamaba Juan Bochs Iglesias, en su revista El Mundo de los Toros, se le ocurrió la feliz idea de montar una encuesta en torno a quién había sido el mejor torero de la historia, trama que duró un año y que, gracias a Juan Bochs, pudimos comprobar lo que yo ahora explico; aquello de que, los gustos son personales e intransferibles. Muchos fueron los que tuvieron cabida para ostentar el galardón de ser el mejor; distintos núcleos de aficionados opinaban la respecto y, al final, ganó el que quiso la mayoría, es cierto; pero no es menos cierto que, gustos, los hubieron para todos. Lo que unos podían ver como un torero normal y batallador, para otros, ése era el mejor. En definitiva, ¿quién es el mejor? Sencillamente, el mejor es el que cada cual sienta como suyo, tanto en aficiones como en pasiones.
La razón plural a la que aludo, obviamente, no es otra que la gran cantidad de toreros que tenemos en estos momentos a los que, de ninguna manera podemos denostar, siempre que no se demuestre lo contrario. Respecto a los toreros, dentro de sus filas, no nos equivoquemos que, no existen toreros pobres ni ricos, fincas compradas al margen. Lo que quiero explicar es que, en un momento determinado, el “pobrecito” en cuestión, pega un aldabonazo y, tres minutos más tarde, se convierte en el ídolo admirado por la afición. Y esta es, ni más ni menos, la pluralidad de que hablo. Cada cual tenemos un gusto, una pasión; incluso una vocación por admirar lo que otros detestan, lo que viene a demostrar que, el mundo del toreo, sus hombres gallardos que se juegan la vida tienen todos su grupo de correligionarios aficionados que les sustentan en sus respectivas carreras.
Bien es verdad que, influye mucho el factor plaza; lo que en Madrid puede no valer, en plazas de provincias o pueblos, se lo disputan con ardor. Ejemplos, los tenemos por decenas. Allí, en cada plaza, juzgaremos la labor de cada cual y, a tenor de ésta, emitiremos el veredicto. Quizás que, por puristas, se nos podrá achacar, pero jamás por gentes compradas al mejor postor.
El toreo es eso: respeto, ante todo. Y será el mismo que ofrezcamos el que pediremos. La razón plural entre la torería es un signo evidente; pero la homogénea de aquellos que pagamos para que el espectáculo sea posible, esa, no tiene discusión. Queremos que todo el mundo tenga cabida en este espectáculo fascinante y maravilloso; pero que nadie olvide que, sin la aportación crematística de los aficionados, la fiesta, jamás sería posible. Jamás olvidaremos que, todo el toreo, especialmente los hombres que se juegan la vida, tienen su derechos, los que ganados en buena lid, nadie les discutirá; es decir, ser respetados por aquello que son capaces de crear en un recinto taurino. Pero, a su vez, cada plaza en su entorno, los toreros deben de saber los gustos de cada afición y, a ser posible, comportarse, acorde con la esencia de aquellos que han pagado. Como digo, unos exigirán más que otros; y viceversa. Seamos plurales, pero desde el fundamente del respeto.