En esta época de abstinencia obligada en cuanto a la creatividad taurina dentro de las plazas de toros, los aficionados, solemos mitigar esta soledad con los sueños y, al cerrar los ojos, añoramos y extrañamos el toreo soñado, lo que entendemos que ha sido la obra bella y que guardamos en nuestras retinas y, de forma muy concreta, dentro de nuestro corazón.
Vivimos de recuerdos, nada es más cierto; y lo es mucho más cuando nos centramos en las cuestiones artísticas, caso concreto de la creatividad taurina. Es época de conferencias, coloquios, reuniones e intercambio de opiniones en que, los aficionados, sin excepciones, nos recreamos en aquello que hemos vivido para comentarlo, añorarlo y, como antes decía, guardarlo en el baúl de los recuerdos más emblemáticos.
Si durante la temporada gozamos de la presencia y esencia de aquellas faenas inolvidables, es ahora cuando las rememoramos y recordamos porque, de esa llama inolvidable que es el toreo, vive la ilusión y la luz de todo buen aficionado. Se suceden las charlas, las conferencias y las reuniones taurinas en las que todo buen aficionado tiene algo que decir; y mucho que aportar porque, la fiesta, a pesar del gentío, no sería nada sin la presencia del aficionado cabal que, aunque en minoría, sustenta la llama del toreo y, ante todo, las acciones y decisiones del taurinismo que, como saben, de ser sólo por el gentío, no sentirían rubor alguno a la hora de tomar sus decisiones y, pensando en el aficionado auténtico se moderan en sus decisiones, así como, los propios toreros, se responsabilizan ante lo que ellos conocen como la afición cabal.
La fiesta no está muerta; ni siquiera en esta época otoñal en que, las plazas de toros, siguen cerradas a cal y canto. Nos quedan las tertulias, la visualización de imágenes de algunas de las faenas más hermosas y, ante todo, nos alberga la ilusión de una nueva temporada como, a su vez congratularnos con nuestros toreros compatriotas que, allende los mares, imparten sus lecciones y forman cartel con los toreros ilusionados de aquellas tierras. Queda claro que, pese a las horribles decisiones de los políticos catalanes, la fiesta de los toros está y seguirá estando viva; y lo estará por siempre, sencillamente, porque ninguna manifestación artística puede morir, ni siquiera languidecer, por el capricho de unos irresponsables que, ni entienden de toros ni de hombres, caso de los políticos catalanes que, en vez de ser responsables, incrementan su irresponsabilidad tomando decisiones que, con toda seguridad, la gran mayoría, jamás se las consentirían.
Como vemos, maldita manía de cuatro estúpidos que, por su cuenta y riesgo, quieren acabar con una fiesta centenaria que, además de promulgar el arte en su faceta más bella, es el pan de miles de personas que, algunos, arriesgando su vida, son acreedores de la más digna admiración. Nos queda como consuelo, a los aficionados y a las personas de bien, la tremenda satisfacción de comprobar que, pese a todo, los toros, siguen despertando pasiones y, al margen de que, como digo, para muchos, está fiesta es su forma de vida, para el mundo, el contexto de la fiesta taurina no es otra cosa que, una forma de crear arte dentro de una plaza de toros para regocijo de los aficionados y de todos aquellos que sepan admirar el arte que, esparcidos por el mundo, se cuenta por millones.
Nos contaba nuestro compañero mexicano, Pepe Mata, que hace unos días pudo soñar despierto viendo a El Conde en la plaza de Guadalajara; como en España, en esta temporada que ha finalizado, hemos soñado con Javier Conde y con Salvador Vega, entre otros. Esa es la meta, que jamás se nos acaben los sueños; y si estamos despiertos, mucho mejor porque, con toda seguridad, habremos visto la obra bella. Pobre de aquel que, en su vida como aficionado, en una tarde cualquiera, no haya sido transportado al mundo de los sueños.