En vida, con fortuna para mí, pude ponderar las tremendas virtudes de Rafael Herrero Mingorance que, las mismas, engalanaron la vida y obra de este madrileño genial que se nos ha marchado para siempre. Herrero Mingorance ejercía el periodismo, pero su alma era de poeta, como tantas veces demostrara. Me temo que, la vida, la sociedad misma, no supo valorar, en su justa medida, las enormes valores que adornaron la existencia de Rafael Herrero Mingorance, todo un modelo de sentimientos que, en definitiva, supo vivir más con el alma que con el cuerpo.
Herrero Mingorance nos legó, además de su buen hacer y mejor decir, aquel libro poético, “DE MIEDO Y ORO” en que plasmaba sus sentimientos, su carácter solidario en aras del mundo y, por encima de todo, sus amores hacia la vida misma. Y será ese libro que, como herencia particular, vivirá conmigo; como vivirán sus recuerdos todos de lo que fueron nuestras vivencias del alma.
No faltará quien diga, al respecto de su muerte que, Herrero Mingorance era un crítico de toros; yo diría que, más que un crítico, este poeta de la vida, era un auténtico soñador, en los toros y en el mundo. Él se calificaba como un gran aficionado a los toros y, era cierto; pero su sentido crítico se ceñía en buscar las más altas cotas artísticas dentro de la torería, ofreciendo, sin lugar a dudas, el máximo respeto hacia todos los hombres que, gallardamente, se jugaban la vida en una plaza de toros.
Un hombre bueno, como Rafael lo era, se nos ha ido a un mundo mejor. Y, sin lugar a dudas, su mejor valor era saberse comprometido con la cultura y con los valores humanos de la sociedad en que vivía. Siendo así, raramente hubiera logrado el estrellato a pesar de su enorme valía. Recordemos que, desdichadamente, la sociedad demanda ídolos de barro y en semejante contexto, como a tantos otros hombres y mujeres de este planeta, tan difícil se lo pusieron a Rafael Herrero Mingorance.
En una de las entrevistas que a lo largo de su vida me concedió, me viene ahora a la mente una de sus sentencias memorables, cuando yo le preguntaba por la felicidad y, su respuesta caló muy hondo en mi ser y jamás la podré olvidar. Me dijo Rafael………
“Dios, mis libros y silencio; limpia casa, justo pan; inquietudes, añoranzas y no pido más”
Tras leer este bello pensamiento con el que Rafael Herrero Mingorance me obsequiara, desde aquel momento, comprendí que estaba más cerca de Dios y, siguiendo su enseñanza, más cerca de la propia vida. Pedía poco; pero lo poco que pedía, le sabía a la más dulce gloria. Rafael tenía el silencio para leer sus libros; le sobraban inquietudes para ser creativo; Dios estaba a su lado; su pan, inexorablemente, era justo; por todo ello, nada más pedía. Ciertamente, poco más podía pedir porque, su vida, interiormente, estaba repleta de ilusiones.
Hoy, 18 de noviembre 2004, obviamente, Madrid está de luto. Se ha muerto uno de sus hijos más hermosos y, nosotros, los que le quisimos, viviremos con sus recuerdos tan fantásticos que, sólo de pensarle, añoraremos una vida ejemplar como era la suya, modelo subliminal para tantos seres en este mundo. Convengamos, entre hombres de tremenda fe, que Rafael Herrero Mingorance se nos ha adelantado en el camino porque, ante todo, allí, a la eternidad, iremos todos.
Pocos como Rafael Herrero Mingorance han vivido una vida tan apasionada; con plenitud, con amor e inteligencia, siempre, para servir a los demás puesto que, sus acciones en la vida, eran todo lecciones hacia sus semejantes, aunque él jamás se considerara maestro de nada. Como él confesara…. “Soy el alumno permanente que, junto al pueblo, tantas lecciones me llevo cada día a mi casa”.