Desde siempre, para dejar muy clara mi posición y no renunciar a mis ideas, me he permitido el lujo de decir que si hubiera vivido en tiempos de los romanos, me habrían comido los leones. Naturalmente, era fácil decirlo, pues era inimaginable que dicha situación pudiera hacerse realidad.
Soy cristiano. Nací y mis padres me bautizaron, después recibí el sacramento de la comunión, la confirmación y posteriormente, junto a mi novia, el matrimonio. No soy practicante habitual, y podría decir que ni falta que hace, pues los principios cristianos se apoyan en la fe y en el obrar de cada día.
Como tantos otros, recibí de mis antepasados las raíces que ellos heredaron de sus mayores y en ese sustento, como todo el conjunto de la humanidad, se sostiene la cultura y la historia que identifica a los pueblos. Aún habiendo diferencias, en todo el orbe es así. Hoy, cuando en el momento actual, se quiere hacer renuncia expresa de determinadas raíces, es bueno recordar que nada de lo que se recibe, de nuestros mayores, al nacer, es despreciable.
He oído a mucha gente decir que sus abuelos y padres eran de izquierdas y que por esa razón ellos también lo son. No es baladí tal razonamiento. Corrientes como el comunismo o el socialismo tienen ya más de cien años y eso es digno de respetar. Sin entrar a valorar los vaivenes que cada signo haya tenido a lo largo de su existencia, con mayor o menor oportunidad de influir en la sociedad, lo cierto es que son movimientos sociales de arraigo entre los pueblos. Nada hay que oponer y sí mucho respetar.
Sin embargo, cabe presumir que, de igual modo, habría que mantener el respeto debido a otras ideas y raíces que más allá de cumplir más de cien años, tienen veinte veces más. Siquiera por un principio de igualdad, del mismo modo, habría que respetar y preservar el origen cristiano. El cristianismo es en Europa algo más que un movimiento social, es la esencia misma de su civilización. Nada más. Y no es poco.
Razones políticas, que no renuncian a sus principios ideológicos, han hecho expresa renuncia a considerar esa esencia y esas raíces de la cultura europea. Razones tendrán, las suyas, pero no se desprenden de otras cosas que de hecho son más intrascendentes y de menor entidad y amplitud. Es decir, esos que dicen ser de izquierdas (o de derechas) podrán saber de quién eran hasta, incluso, sus bisabuelos, ¿y sus antecesores de quién?. ¿De qué iglesia o formación?. Unos antepasados no pudieron ser del Psoe, por ejemplo, hasta que un Iglesias, también es casualidad, la fundó. Y digo más, ¿Pablo Iglesias como fundador, alcanza más que Cristo en su fundar?. ¿Si se respeta esa convicción, como renunciar a una mayor?
Reconocer cosas recientes no puede significar olvidarnos del pasado. Nada se puede borrar. Convengamos, con racionalidad y naturalidad, que antes de esos movimientos hubo algo más. Que el reconocimiento de su origen cristiano no implicaba nada mas que reconocer un hecho y una historia y que sin ese reconocimiento es imposible reconocer una Constitución en Europa que, por ello, fragmenta, une menos que lo que divide. Y de ahí mi posición. Yo no puedo aceptar esa Constitución con tales taras, interesadas, desde su nacimiento.
Y siendo así, a pesar de no ser practicante habitual, no voy a renunciar de mis orígenes, proclamando solemnemente sentirme cristiano en una Europa cuajada de cristianos. Esa es nuestra primera seña de identidad. Socialista o comunista, de izquierdas o de derechas, e incluso liberal, vino después. Apellidos sobre el nombre de un europeo cristiano.
En los tiempos que corremos, quizás peque de atrevida esta declaración y tenga que echar mano de mi firme convicción. Sería el ¿justo? precio que habría que pagar por ser tan fiel a unos principios y raíces heredadas con tanta solera de mis antepasados; mucha más solera que las que otros dicen del voto de sus abuelos. En su consecuencia: ¡¡A los leones!!