Vivir de forma superficial, como hace la gran mayoría, en definitiva, no te ocasiona problemas; lo duro es adentrarte en el alma y circunstancias de los demás puesto que, ahí, precisamente ahí es cuando palpas las miserias ajenas, las injusticias que, a veces provoca la vida que, la impotencia ante las mismas, hasta puede matarte. Convengamos que, lo peor de todo es el reparto; sigo creyendo que, en la vida existen bienes sobrados como para que nadie pasara necesidad alguna; sería, como digo, cuestión de reparto y equidad. ¿La fórmula? Nadie la ha encontrado.
Ciertamente, cada persona es un mundo y, en ocasiones, detrás de una gran sonrisa se agazapa un dolor inmenso. Nadie lleva escritas las penas en la espalda, aunque no es menos cierto que, a veces, basta con mirar a una persona a los ojos para leerle el pensamiento y, por supuesto, adivinar su dolor y sus penas. Los círculos concéntricos que podamos formar en torno a la amistad y el cariño, estos, deberían de servir para entender a nuestros semejantes; para comprenderles y, a ser posible, ayudarles. Todos, a nuestro nivel, podemos pensar que somos ricos. Y, esta riqueza es la que podría valer como ayuda hacia nuestros semejantes amigos.
Existen muchas penas que, calladamente, podrían ser resueltas; cuando menos, de las personas que nos rodean y por las cuales decimos sentir afecto. Recordemos que, nadie está exento de una desgracia, como tampoco de alguna crueldad del destino. Casos he conocido muchos y, soluciones, he dado, las que Dios me ha dado a entender. Y así me gustaría que fuera el claro ejemplo para todos. Mañana, cualquiera de nosotros puede verse en un trance amargo y, encontrar la mano amiga, la persona solidaria que se una junto a nosotros para compartir un dolor, y ello, puede sonar a la más bella bendición.
Si compartir un dolor es aliviarlo, con toda seguridad, pocas acciones nos podrán resultar tan emotivas y hermosas. Quizás que, en ocasiones, hasta una palabra de aliento nos basta y no sobra para seguir creyendo en nosotros mismos. Es, como explico, aquello de tender una mano al amigo que, dentro de las innumerables vertientes que ello pueda tener, tanta dicha podemos entregar. Podría dar casos, nombres, hechos, circunstancias y situaciones de distinta índole; pero están en la mente de todos porque, todos, sin distinción, a nuestro alrededor, las vemos a diario; es cuestión de buscarles el remedio. Mucho me temo que, quedarnos impávidos ante la adversidad de un semejante, me parece cruel y, lo es mucho más cuando, al semejante, le llamamos amigo. Claro que, como he podido ver en mi ya larga vida, existe una especie de seres que, desdichadamente, se alegran con el dolor ajeno; hasta les produce regocijo y, justamente por eso está tan mal la sociedad humana en que vivimos, por la envidia de unos y por el silencio cómplice de los otros.
Es absolutamente desolador comprobar que, todavía, en este siglo, quedan gentes que su única misión es amasar fortunas sin reparar en los demás. De que es lógico y lícito que todo aquel que trabaje tenga derecho a un bienestar, eso no lo duda nadie; de que es humano que, a mayor inteligencia, si se puede, mayores logros, esto es comprensible; lo que nadie puede entender es que, mientras a unos les sobra todo, a muchos, les falta lo elemental. ¿Qué está fallando en nuestra sociedad? Sencillamente, el propio individuo que, irresponsablemente, es incapaz de mirar a su lado, de pensar en los demás y, por encima de todo, cerrar los ojos ante la evidencia. Con la de miles y miles de personas que, con toda seguridad, opositan a ser los más ricos del cementerio, sólo con la buena voluntad de estos, se podrían remediar cientos, miles de males que, como explico, mientras a unos les sobra todo y, lo que es peor, lo dejarán en la tierra; a un gran porcentaje de personas, con lo que les sobra a algunos, ellos, vivirían dignamente.