Con tres cuartos de plaza, público entusiasta y presidente dadivoso, se dió la segunda de abono en un ambiente de fiesta y gran expectativa. Miguel Ángel Perera, arrollador, fue el gran triunfador de la tarde, cortó cuatro orejas y conquistó Lima. Los otros dos alternantes no obtuvieron trofeos. Finito de Córdoba mostró clase y Sebastián Castella voluntad y entrega. Los toros de Roberto Puga, desiguales en presentación, cornamenta y juego, cumplieron en el caballo, fueron nobles y, excepto el quinto, se dejaron torear.
Finito de Córdoba
Con ganas de triunfo fija al abanto primero, girón y cornigacho, y lo torea a la verónica arrancando los primeros olés del respetable. Con una media extraordinaria lo deja en el caballo en el que toma bien un puyazo. En banderillas el de Puga corta el viaje y el subalterno español Salguero se luce en dos pares de banderillas escalofriantes que levanta al público de sus asientos. Lo ovacionan y es obligado a desmonterarse. La faena la inicia en medio de un impresionante silencio de expectativa que se rompe con los olés que van en aumento en la medida que Finito desarrolla un toreo fino y artista, con el fondo musical del pasodoble “Nerva”. El animal con poca fuerza se aploma pero el torero insiste y logra una serie de naturales estupendos. Pincha una vez y vuelve a pinchar cuatro veces más saliéndose de la suerte. Dobla y el puntillero lo levanta. Descabella. Silencio a ambos.
Su segundo, bizco del izquierdo, con edad y cuajo, va al capote donde repite con codicia y toma un buen puyazo de Manuel Muñoz. Va a la muleta con claridad pero el matador no se confía. El público lo espera pero luego se impacienta y le envía recado. Se esfuerza el matador y logra algunos muletazos de calidad que son jaleados. El deseo general es verlo triunfar pero Finito no se siente a gusto y no logra redondear la faena, no obstante que, en mi opinión, el toro fue tan bueno como el tercero y sexto pero, al ser desaprovechado por su matador, pasó desapercibido. Estocada desprendida seguida de vergonzosa rueda de peones que el matador permite y la autoridad no sanciona. No toma el estoque de descabellar y la agonía se prolonga innecesariamente. Le tocan un aviso. Algunas palmas al toro en el arrastre. Palmas y pitos al torero.
Sebastián Castella
Con el peor lote anduvo desangelado con el primero que, luego de un encontronazo contra la barrera persiguiendo a un desubicado Naranjito, clavó los cuernos en la arena y dio una voltereta de la que salió quebrantado, casi inválido para la muleta. Pinchazo y estocada acaban con el burel que es pitado en el arrastre. Se silenció la labor del torero.
Su segundo, al igual que su primero, se conmocionó al estrellarse contra el mismo burladero en persecución del mismo Naranjito. Débil y flojo, tuvo descompuesta embestida y malas ideas, lo que sirvió para que Castella mostrara voluntad y valor a toda prueba. Metido entre los pitones, no logró hacer una faena lucida pero sí de mucho mérito. Mató de estocada entera y la entendida afición de Acho lo premió con una ovación que lo obligó a salir a agradecer al tercio. El toro, el peor del encierro, fue pitado en el arrastre.
Miguel Ángel Perera
Lo habíamos visto de novillero el año pasado pero ésta vez ha regresado como un matador de toros de primera línea a mostrar que tiene las condiciones para llegar a ser figura. Su corta edad, recién cumplirá veintiún años el 27 de noviembre, contrasta con la madurez de su toreo. Resuelve con naturalidad los problemas que le presentan los astados, con seguridad y empaque hace gala de mando, temple y buen gusto, en el desarrollo de la lidia.
A su primero lo torea a la verónica que remata con tres largas a una mano, sin moverse del sitio, con lo que despierta el entusiasmo del público. Un buen puyazo de César Caro es seguido por un quite por chicuelinas apretadas, rematadas con un farol. El entusiasmo del público crece. Raúl Mendiola pone dos pares extraordinarios, el segundo aguantando horrores, y es obligado a desmonterarse para recibir la ovación de los tendidos. Inicia su faena citándolo de lejos para el pase cambiado por la espalda. El toro no se arranca sino que, con nada santa intención, se acerca caminando acortando la distancia. El torero no se inmuta y, aun cuando pareciera que el pase cambiado ya no es posible, lo cita con la muleta por delante para, al momento del embroque, pasárselo por detrás. Liga con uno de pecho y repite la combinación dos veces más. Los olés que acompañan los muletazos son ensordecedores. Siguen series por ambos pitones, largos, mandones y templados que son la delicia del respetable, que no se cansa de aplaudir. Finaliza su labor con tres derechazos circulares y bernardinas citando de frente, con mucha exposición. La estocada, desprendida y delantera, no tiene efecto inmediato y los peones le hacen ronda ante la vista y paciencia del matador y la indiferencia del presidente de plaza. Los segundos se convierten en minutos. Perera no pide el estoque de descabellar y permite una larga agonía que desdibuja su excelente labor realizada momentos antes. Oye un aviso y sigue esperando hasta que el toro dobla. ¡Así no se matan los toros! Es indigno y vergonzoso y, en mi opinión, causal suficiente para perder los trofeos ganados con la muleta. No pensó igual el público, que pidió la oreja, ni el dadivoso presidente, que se apresuró en otorgarle las dos. Se aplaudió al toro en el arrastre.
Su segundo, sexto de la tarde, y a la postre el mejor del lote, acusó querencia en las cercanías de las tablas frente al tendido catorce. Inteligentemente lo saca a los medios en donde el toro rompe a embestir con calidad y transmisión lo que aprovecha Perera para brindarnos una estupenda y honda faena que supera la primera. Hacia el final de la misma el toro torna a su querencia del tendido catorce de donde Perera lo vuelve a sacar para finalizar su faena con ayudados por alto. Mató de una entera, en buen sitio, pero tarda en doblar. Una vez más el matador no pide el estoque de descabellar y es de preocupar que esto se vuelva costumbre. Se amorcilla en tablas del tendido uno y con las fuerzas que le quedan se dirige en agonía hacia su querido tendido catorce al que no llega y dobla. Lo levanta el puntillero y vuelve a doblar. Nuevamente dos orejas para el matador y palmas al toro.