La magia que desprendiera el toreo de David Silveti en su paso por el mundo de los vivos, radica justamente en ello: que tras un año de su muerte, la afición, le sigue recordando con admiración, con orgullo y con el sentimiento más extraordinario puesto que, en México, David Silveti, logró ser, además de un torero, un símbolo que caracterizaba su personalidad dentro de la fiesta de los toros.

Por fortuna para él, a David Silveti, en México, le bautizaron como EL REY DAVID y, tenían razones muy fundamentadas para ello puesto que, el toreo de este hombre no era el de un torero valeroso que, con agallas y corazón, puede con sus enemigos. Silveti era más, mucho más que todo eso y, lo dicen las hemerotecas, los libros y cientos de artículos que sobre él se escribieron. Nunca pasó desapercibido; ni dentro, ni fuera de los ruedos. Era un hombre entrañable que, si dentro de los recintos taurinos impartía torería por doquier y creaba obras bellas, en la calle era un ser culto, apreciado y respetado como pocos.
David Silveti, el hombre que lo tenía todo; heredero de una estirpe singular, pudo haber sido un señorito consentido por los suyos puesto que, de casta le venía al galgo. Pero este hombre quería lograr su posición en la vida, no por el arraigo de su apellido, sino por la creatividad de su propio arte sin tener que rendirle cuentas, ni a Dios ni al diablo. Logró que, su nombre, al margen de sus antecesores, brillara con luz propia y, sin lugar a dudas, pagó la factura más cara que jamás se ha pagado en el toreo. Rememorar la vida e historia de este hombre, es algo admirable. Pocos como él han tenido el valor de dejarse la vida por una causa, en este caso, por su bendita profesión como torero. En su día, una terrible lesión, le llevó por todos los quirófanos del mundo y, como se demostró, pudo más su ilusión que todas las contrariedades que la vida le ponía en su camino. Un calvario el suyo en el que, con toda seguridad, sólo es posible superarlo con la idea de ser y seguir siendo torero.
Años de lucha en aras de su causa artística le obligaron a combatir contra su cuerpo cuando, en realidad, lo que él pretendía era combatir contra los toros para, frente a ellos, crear arte. Sus piernas laceradas por el dolor y maltrechas por las intervenciones quirúrgicas, le obligaron a estar alejado de los ruedos más tiempo del previsto; su meta era, ante todo, poder reaparecer y seguir demostrando que, su toreo, EL TOREO, en sus manos, seguía siendo posible. Y, contra todo pronóstico, al final, David Silveti, reapareció para crear la obra bella, el toreo soñado que, como no podía ser de otro modo, tuvo lugar en la monumental mexicana, más conocida entre los aztecas como “El Embudo de Insurgentes” Dos actuaciones bastaron a Silveti para demostrar lo que todo el mundo sabía; su torería inmensa. Más tarde, otra vez, los médicos le aconsejaron desistir en su empeño; su cuerpo no podía más y, Silveti decidió buscar un mundo mejor. Seguro que Dios le tiene en su diestra. Inolvidable……… David Silveti.