Se dan, hay tantos gestos, que no sabemos dónde vamos a llegar. Por lo que se refiere a los llamados gestos de los toreros, que tan llena estaba la feria de ellos, pues como diría un castizo: de los gestos na. Anunciados los carteles, ya desde el principio, la empresa -qué iba a decir ella- y la Comunidad -otra que lo tiene claro- publicitaron que se había conseguido el no va más. Teníamos ante nuestros ojos la mejor feria del siglo -claro, es la única- y la ponderaban tanto que parecía que habían reinventado la Fiesta: los toros y los toreros.

Tan fue así que la prensa adicta -es decir, casi toda- se pusieron a contar sus excelencias, entre las que se encontraba el que las máximas figuras se enfrentarían a las corridas duras. Otros, más prudentes y también más desconfiados, pensamos que tanta bondad no podría ser; entre otras muchas cosas, porque ni existen toros ni figuras con el nivel suficiente como para sustentar sobre ellos una gesta, una verdadera gesta. La mediocridad está instalada y lo que ellos llaman pomposamente gestas, de las que ellos dicen, sólo las pueden realizar fuera de la plaza de Las Ventas. Es decir, sin ningún rigor ni exigencia. En está página web alabamos los carteles de San Isidro, pero nos referíamos a los de 1966 como pudieron ver nuestros lectores y aficionados. Ni punto de comparación una época y otra. Naturalmente, la de hoy mucho mejor... arrojarla a la basura.

Del último gesto, el que correspondía a Ponce con los toros de Dolores Aguirre, ya hemos tenido el resultado: medio gesto -un solo toro matado de Dolores- y en el medio los dolores con minúsculas. Nadie ha toreado tan despegado en toda la feria; el pico se convirtió en picazo; ni un solo lance de capote y la espada en donde cayó. El primer gesto nos lo trajo la ganadera, con una mansada de escándalo y con sospechas más que razonables en sus pitones. Lidió cinco, remendaron con uno de Victoriano del Rio -éste no es de gesto, es artista- y le tocó a Ponce (sí, le tocó en el sorteo, para los que piensen mal). Con él si quiso y si pudo torear, más lo consiguió de aquella manera; es decir corriendo entre muletazos, utilizando la izquierda por compromiso y matándolo malamente. Un éxito de clamor.

Pero quedaban más gestos y Juan Mora no se quería ir de la feria sin protagonizar alguno en especial. Lidió -es un decir- dos Dolores, aunque a este pinturero torero los dolores le vienen de no saber encajar sus fracasos al estar a la deriva en sus toros. Seis veces fue desarmado, seis. Otras cuantas su cuadrilla; no pudo con los mansos que le tocaron; brujuleó sus respectivas lidias sin orden ni concierto -así como se inhibió como director de lidia en los otros-; mató de cualquier manera, que dicho sea de paso, no es manera y mire usted por donde no le gusta que a la gente no le guste lo que hace. De tal guisa, que burlándose de los pitos y el enfado de los aficionados, no tuvo otra salida más respetuosa que hacerles un corte de mangas. Sí, han leído bien. Estos toreritos impotentes ante la cara de los toros, se envalentonan con otros gestos hacia el público. Bien es verdad que en seguida reciben el cobijo del micrófono auxiliador que les aplaude sus bonitos gestos y que reprochan por sistema a quienes por pagar tienen el derecho de discrepar. Los del micrófono, por cobrar, ¿de quién? aunque fuera por decencia, al menos, deberían guardar las formas. Pero no es así y entre todos, en contra de lo que hace cualquier perro, que nunca mordería la mano de quien le da de comer, pues la muerden sin parar. Será por no ser perros; lo que son es malos bichos.

Hace tiempo que la Guardia Civil no acude a la plaza de Las Ventas. Se la echa de menos, pues hoy podría haber sido un día perfecto para detener a un impresentable. Además es reincidente, hace años a los del micrófono les dijo que el público era tonto y días después pidió perdon. Hoy sabemos que lo hizo con una carga enorme de cinismo. Pero la autoridad no existe -título de un artículo del pasado año- y no van a poner coto a nada. Ni los toros les interesa, ni el reglamento, ni el respeto al público que paga. Para ellos la fiesta no es más que un lugar donde medrar y sacar pecho en los callejones de España. Si la autoridad quisiera, o la hubiera, sólo un poco, a estos y a quienes les protegen, les quedaban dos telediarios en las ferias; sobre todo en las serias. Quieren una fiesta edulcorada, llena de etapas llanas, sin puertos de primera, sólo tachuelas, y cuando les toca puerto dicen que la culpa es de la bicicleta y de los espectadores que hay en las cunetas. En este caso, los espectadores de Madrid, sobre todo los apestosos del 7. Quienes apestan son ellos, por sus ventajas, por sus trampas, por su impotencia ante los toros que no sean artistas, pero por encima de todo por los gestos que les sobran: los de la mala educación y falta de respeto para quienes pagan.

Alguien se atreverá a decir que los espectadores faltan el respeto a los toreros alguna vez y seguramente lleven razón; pero yo nunca vi a Curro Romero –a quien más veces le insultaron, se mofaron, le tiraron rollos de papel higiénico, orinales, almohadillas, botes, etc.- hacer ni un solo gesto irrespetuoso hacia el público. ¡Jamás! . Y hablamos de quien como torero les daba cien vueltas a estos figuras. Será esa la diferencia: ser Torero.