Nació en Huancayo, en la sierra del Perú. Luego de haber sido entrenado en la escuela taurina de México, debutó en Acho en el 2002, a la edad de dieciséis años, impresionando gratamente a la afición limeña cuyo sentimiento traté de expresar en los versos con los que inicié mi crónica de aquel entonces:
Si, “Niño sabio de los Andes”,
lo llaman los mejicanos,
gran esperanza nacional,
lo llamamos, hoy, los peruanos.
A nuestro joven compatriota,
a verlo fuimos, con ilusión,
superó toda expectativa,
fue una grata revelación.
En el 2003 regresó para confirmar que nuestras esperanzas tenían fundamento y el pasado domingo 24 de octubre, en la novillada inaugural de la feria del Señor de los Milagros 2004, dejó claramente establecido que tiene todas las condiciones para llegar a ser figura del toreo.
La novillada, en la que se cortaron cinco orejas, fue un buen comienzo de feria. Juan Carlos Cubas, con tres, y el valenciano Juan Ávila, con dos, salieron a hombros mientras que Fernando Roca Rey se fue de vacío.
El ganado
Los novillos del ganadero empresario Roberto Puga estuvieron bien presentados. Con poca transmisión y faltos de fuerza, no se emplearon en el caballo y doblaron las manos. Fueron nobles y alguno hubo que embistió la muleta con calidad. Con excepción del tercero, se agotaron y terminaron la faena con la boca abierta; el segundo y sexto se rajaron. Sobresalieron: el quinto que fue el mejor del encierro y el sexto que, berreando permanentemente, embistió con nobleza hasta que, hacia el final de la faena, se acobardó y reculó. Todos acusaron diferente grado de dificultad que sirvió para apreciar las calidades y recursos de los jóvenes novilleros.
Fernando Roca Rey
Con el peor lote, estuvo valiente y entregado. A sus dos novillos los recibió a porta gaiola. Su primero fue el peor del encierro, se vencía por ambos lados, pese a lo cual se jugó el tipo, empeñándose en torearlo bonito, cuando el novillo requería una muleta poderosa que lo sometiera. Comete el error de tratar de “adornarse” con gestos y desplantes pueblerinos, que el público de Acho censura. Lo mata de buena estocada y recibe palmas que agradece desde el centro del ruedo. Sin embargo, luego de pitarse al novillo en el arrastre, su labor fue silenciada.
En su segundo logra momentos lucidos pero el novillo, que había salido al ruedo alegre, galopando y con gas, se viene abajo luego de la pica: se para, le mira las zapatillas y toma a regañadientes la muleta. Insiste Roca Rey con los desplantes de mal gusto y el público se enfada. Una involuntaria metisaca en los bajos, ahoga en sangre al novillo y termina con las aspiraciones de triunfo del novillero. Fue abroncado injustamente por un sector del público mientras que lágrimas de frustración humedecían las mejillas del valiente. Se aplaude, inmerecidamente, al novillo en el arrastre.
Juan Carlos Cubas
Maravilló al público de Acho con su toreo hondo, parsimonioso y artístico. Su conocimiento de las reses y la forma de resolver los problemas que le presentan, surge de él con naturalidad y su quehacer se va acoplando armoniosamente a las características de cada animal, logrando faenas que parecen haber sido diseñadas de antemano.
A su primero, ante el silencio expectante del público, lo fija con el capote y lo torea a la verónica con los pies juntos. Surgen los primeros olés. El quite por chicuelinas apretadísimas, crea emoción en la plaza y los olés se hacen ensordecedores. La faena de muleta la inicia suavemente, mimando y consintiendo al novillo, enseñándole a embestir. Luego vienen series por ambos pitones en los que el temple y hondura fue la tónica general. Lo lleva prendido en la muleta rematando cada pase con pulcritud dejándolo en el sitio preciso para, sin perder pasos, ligar el siguiente. En manos de Cubas el novillo lució mejor de lo que fue. Cuando se rajó y trató de refugiarse en tablas, el torero lo sujetó y lo llevo a los medios en donde aguantó horrores las dubitaciones del animal que, acobardado, se negaba a embestir. Lo mata de estoconazo y le conceden dos orejas.
El quinto, segundo de su lote, fue el mejor del encierro y Cubas lo aprovechó excelentemente. La faena fue una obra de arte y quedará para el recuerdo. Fue una faena corta de pases largos. Cinco series por ambos pitones con mando y temple, estupendamente rematadas con el de pecho de los cuales, el de la cuarta serie, fue de antología: casi un circular completo en el que el novillo se paro a medio camino. Con el brazo cruzado sobre el pecho, sin enmendarse y con escalofriante serenidad, alejó unos centímetros la pañosa de la cara del animal para evitar la embestida no controlada. Miró al tendido como para asegurarse que el público estaba atento a lo que hacía y, con un ligero toque de muleta, obligó al burel a terminar lo que había dejado inconcluso. Tiene detalles torerísimos: los desplantes en los que, al terminar la serie, se queda quieto muy cerca de la cara del animal, dejándose ver; la forma como lo cita para un natural: de frente con la muleta en la mano izquierda, mientras que el estoque cuelga de dos dedos de la derecha; y ese elegante y bello cambio de mano que le permite torear de muleta, por ambos pitones, sin moverse del sitio. Logra media estocada que parecía suficiente pero no fue así. Comete el error de no descabellar inmediatamente y el novillo tarda en doblar. Se enfría el público, le tocan un aviso y se esfuma la oportunidad de cortar los máximos trofeos. El presidente de plaza le otorga una oreja y se aplaude al novillo en el arrastre.
Juan Ávila
No comprendió a su primero y terminó la faena sin encontrar la distancia a la que debería haber puesto la muleta para lograr la arrancada al inicio de cada serie. El hacerlo a una distancia mayor lo obligó a repetir el cite dos, tres, cuatro y cinco veces. Esto opacó la faena y deslució al novillo que tenía fijeza y metía bien la cabeza, cuando estaba embarcado en la muleta. Logró series lucidas de las que destacó una con la mano izquierda muy bien rematada con el de pecho. Mató de pinchazo y estocada. Se silenció su labor.
En su segundo se acopló mejor con el noble berreón y logró series con mando y temple. Cuando el novillo se acobardó y empezó a recular la situación se le complicó pues a cada paso que daba el diestro hacia delante, el novillo daba otro hacia atrás, impidiéndole colocarse a la distancia requerida para entrar a matar. Aprovechó un instante en el que se quedó quieto y, con decisión, cobró una buena estocada y dos orejas. El novillo fue aplaudido en el arrastre.
Aplausos:
Al empresario ganadero Roberto Puga quien, luego de recibir el año pasado la crítica del 80% de la prensa escrita por la poca presencia del ganado que salió al ruedo, sin edad ni pitones, ha demostrado propósito de enmienda al presentar adecuadamente la novillada que comentamos.
A César Caro por el puyazo al quinto de la tarde.
A Raúl Mendiola por los pares de banderillas, uno a cada lado, al mismo novillo.
A Ricardo Ramos “El Loro” que ha progresado con los garapullos logrando dos buenos pares de los cuatro que, antirreglamentariamente, colocó.
A Dennis Castillo por la buena labor que viene desempeñando en la brega y la forma como corrió a una mano al cuarto de la tarde.
A Raúl Mendiola por los veinticinco años que viene cumpliendo en los ruedos.
Pitos:
Al Consorcio Taurino de Acho que, en represalia a las críticas del año pasado, ha negado facilidades en la plaza a los cronistas y fotógrafos de cuatro diarios capitalinos que tienen página taurina durante la temporada: El Comercio, Perú 21, Correo y Liberación.
Al presidente de la plaza que se excedió entregando la segunda oreja a Cubas en su primero y a Juan Ávila en su segundo.
A los tres novilleros que permitieron que sus peones le hicieran ronda (la ruleta) a sus novillos heridos.
A Fernando Roca Rey responsable que sus banderilleros no respetasen los turnos. Dennis Castillo no puso un par de banderillas en toda la tarde.