A propósito del tema de debate en que, Alfonso Navalón, una vez más, descubre a los tramposos de la crítica taurina, me han llegado ecos de distinta índole; vítores y broncas, todo a la vez, incluso algunas voces discordantes como las de nuestro compañero Carlos Crivell que, obviamente, ante una de las afirmaciones de Navalón, el amigo compañero, se siente aludido.
Yo le diría a Carlos Crivell, como a todo el mundo, que todos somos honrados hasta que se demuestre lo contrario y, si Navalón ha descubierto la indecencia y falsedad de unos compañeros, es lógico y lícito que lo pronuncie a los cuatro vientos. Me temo que, nadie, de los que nos sentimos honrados, podemos estar molestos con Navalón; más bien todo lo contrario.
Es cierto que, las opiniones de Navalón, tras tantos años en el primer frente de batalla, todavía sigue despertando pasiones, odios, admiraciones y todos los adjetivos habidos y por haber. Por ejemplo, algunas de las reacciones que, de forma particular he tenido al respecto, decían que Alfonso Navalón rociaba de odio a los compañeros que cita, sencillamente, por pura envidia. Yo, como se presupone, no puedo estar de acuerdo con semejantes afirmaciones puesto que, si alguien dijera de mi lo que Alfonso ha dicho de estos personajes, naturalmente que hubiera acudido al primer juzgado de guardia para interponer la consabida querella criminal al respecto, por difamaciones, injurias y calificativos nada aptos para cualquier individuo. Quiero pensar que, si los aludidos, El Palabrero y El Fenicio, como Navalón les llama, no han acudido al juzgado respectivo, ellos sabrán sus razones.
Si quiero decirle al mundo que, nuestra página goza de la pluralidad necesaria para que todo el mundo se pronuncie. En su momento, claro, invitamos a Navalón para el tema de debate y, del mismo modo, invitamos a todo el que tenga un mensaje por decir. Incluso, los propios aludidos por Navalón, si quisieran defenderse, este sería el foro adecuado porque, nosotros, nuestra Web en su conjunto, la formamos un grupo de gentes que, ante todo, somos conscientes de nuestra honradez sin que nadie nos la pregone. Allá cada cual con su conciencia que, la nuestra, está muy limpia. A nadie le cerraremos las puertas porque, ante todo, entendemos que cualquiera de los aludidos, tiene derecho a defenderse y, si sus argumentos son convincentes, aquí tienen un medio donde expresarlo.
Como explico, nuestro respeto para todos. Y lo digo en nombre propio, así como en el de todos los que formamos este equipo ilusionado de personas que, desde nuestra perspectiva honrada, amamos la fiesta de los toros y que, nuestro único interés, es la defensa de la misma.
Más allá de las fronteras de nuestra casa, no estamos dentro de la piel de nadie. Cada cual es dueño de su conciencia y, como tal, deberá de asumir responsabilidades. Ya somos mayorcitos para saber discernir entre el bien y el mal, por tanto, cada acción que llevemos a cabo, sin que nadie nos lo diga, debemos de tener la certeza de cuanto hacemos y, por encima de todo, acertar en nuestra decisión. Si un compañero decide prostituirse por ganar más dinero, sin lugar ha dudas, habrá logrado su objetivo, pero nunca tendrá derecho a ser respetado; más bien a todo lo contrario.
Es verdad que, con Alfonso Navalón, desde siempre, la polémica, ha estado servida y, en esta ocasión, no podía pasar desapercibido. Está claro que, mientras unos le odian, otros le aman; pero es la ley de todos aquellos que no le pasan indiferente a nadie y, Alfonso Navalón, ha sido uno de esos personajes que, para bien o para mal, a nadie le ha sido indiferente. Nosotros, en esta casa, además de nuestro respeto, le hemos dejado la libertad de expresarse, como lo haremos con todo el que quiera defenderse.
No somos, ni nosotros ni creo que nadie, el cómplice que calla ante nadie. Cómplice el aquel que, sabedor de una verdad, la calla para que resplandezca la mentira, siempre, a cambio de algo. Quiero decir que, la sagacidad de Navalón, como la de otros compañeros, tenemos que admitir que pueda estar por encima de otros, de ahí sus afirmaciones con rigor, con valentía y con esa fuerza que, quizás, desde su perspectiva honrada, le hacen sentir. Por ejemplo, una complicidad hacia los aludidos por el maestro, hubiera sido que Navalón hubiera escrito cuanto hemos publicado y, nosotros, no lo hubiéramos publicado. Como no ha sido el caso, no somos cómplices de nadie ni por supuesto lo seremos jamás. Cada cual puede mostrar su verdad y, ante todo, exponerla y contarla. Posiblemente, sin que Alfonso Navalón se lo propusiera, en esta casa, encontró el medio idóneo donde contar sus verdades, así como todo el que tenga algo importante que decir.